Escríbeme pronto
No recomiendo
No recomiendo tratar de entender
0:00
Hora actual: 0:00 / Tiempo total: -14:28
-14:28

No recomiendo tratar de entender

El primer episodio del podcast "No recomiendo", donde doy antirrecomendaciones. En esta emisión: por qué no recomiendo tratar de entender el sentido de la vida y el peor libro de mi año.

Esta es una transcripción, pero creo que se oye mejor, hay que seleccionar el botón de play de arriba.


Bienvenidos, bienvenidas y bienvenides a este intento de podcast que he prometido durante ya bastantes años. Mi idea para este espacio es acompañarte durante unos 15-20 minutos, que pienses fuera de la caja y que rías con algo en lo que resulto ser co-no-ce-do-ra: y me refiero a… ¡las porquerías en la vida! ¿Por qué? Bueno, tengo una newsletter que también puedes escuchar llamada Escríbeme pronto donde doy recomendaciones. Este nuevo espacio es el lado oscuro de eso. Son mis antirrecomendaciones. Sobre la vida y sobre productos culturales como libros, música, películas y cualquier otra cosa que se haya creado por el ser humano. Por eso: pásenle a este podcast salido del horno llamado: NO recomiendo.

Mi nombre es Jennifer McNamara, conocida en los bajos mundos del Internet como Geeknifer y soy mexicana. Hago esta advertencia porque esta pieza de oralidad seguramente tendrá muchos más modismos que su contraparte newslettera. Me disculpo de antemano porque puedo llegar a ser medio mal hablada. Además de mexicana, soy una filósofa frustrada, escritora todavía más frustrada. Vivo de tratar de entender qué diablos quieren las personas para sus finanzas y crear una solución digital que les ayude con eso. Spoiler: nadie sabe qué chingados hacer con su dinero. Sólo tenemos algo en común todos: quisiéramos que apareciera como por acto de magia en nuestro bolsillo. Esa es la primera cosa que no recomiendo: tratar de entender al ser humano, lo de pensar en que el dinero pueda aparecer en el bolsillo es deprimente, pero nos entretiene. Pensándolo bien, tampoco les recomiendo eso.

Volviendo al punto: me explico. Para que vean que sí he tratado de entender a mis pares y por qué no recomiendo tratar de hacerlo. Digo que soy filósofa frustrada porque fui educada entre ingenieros. Tengo la teoría de que mi papá sigue pensando que el hecho de que le saliera una hija con ánimo de filósofa es una de sus mayores decepciones en la vida. Pero el punto es que durante mi crianza, uno de los valores más importantes en mi familia era resolver problemas.

Y eso hacen los ingenieros. Al menos los buenos: Resuelven. Que se tiene que llegar al otro lado del río, ellos se inventan un puente. Que nos tenemos que comunicar con el otro lado del mundo, aparece un ingeniero en telecomunicaciones de un hongo que se inventa una solución. En mi casa, si el grifo goteaba, se arreglaba; si el baño se tapaba, se destapaba; si al carro se le prendía una luz en el tablero, se llevaba al taller a ver qué tenía la criatura de cuatro ruedas. Por cierto, no hay nada que active más mi sentido arácnido de obsesiva compulsiva que subirme a un coche con un foquito prendido en el tablero y que al conductor no parezca importarle. Por favor, lleven a sus criaturas de cuatro ruedas al médico de coches si le ven un foquito prendido. Para algo es. Les apuesto que un ingeniero lo puso ahí para algo.

Ya ven que me encanta irme por las ramas. La cosa es que, de chica, yo también quería resolver problemas. Entonces empecé a pensar en los problemas que yo tenía en la vida. Y resultó que… pues muchos muchos problemas no tenía. Para mi fortuna y privilegio tenía techo, vestido y hasta libros y juguetes. Pero como el ser humano si no tiene problemas se los inventa, rápidamente mi mente llegó al problema más grande y me pregunté: ¿Por qué estoy en este planeta? ¿Tiene sentido la vida? Y, por supuesto, ¿Quién soy?

Pensé y pensé y pensé y no llegué a una solución para estos problemas. Así que le pregunté a las personas a mi alrededor y no me supieron dar respuestas satisfactorias. Uno de mis hermanos incluso acabó pintándose las uñas de negro y se fue a escuchar a Sisters of Mercy de la depresión que le dio. Supongo que no encontrar el sentido de la vida y ser el no-ingeniero en la familia deprime.

Me tomé las cosas en serio y empecé a leer para buscar la solución. Obvio, me topé con filósofos que llevaban siglos cavilando alrededor de esto. Todos pensaban cosas distintas, pero de algo me convencí: yo estudiaría Filosofía porque los problemas sin solución más importantes son los relativos al ser humano. Al menos eso es lo que me decía yo. Ya existían puentes e internet pero seguíamos sin saber por qué fregados estamos aquí. Y me di de topes porque rápidamente se me atravesó oootro problema. ¿Dónde iba yo a estudiar Filosofía? Cerca de mí las opciones eran una universidad religiosa privada; otra marxista, del estado; y finalmente una universidad muy cara que no tenía licenciatura en Filosofía pero que tenía algo llamado licenciatura en Humanidades.

Me hizo sentido entrar a ese programa porque yo cada vez más me percataba de que la solución al problema del ser humano no siempre estaba tan cerca de la Filosofía sino del Arte y la Literatura incluso. Y ni crean que gran Literatura. Vaya, todos los escuincles potterheads allá afuera esperando su estúpida carta a Hogwarts han sentido mejor que nadie lo que es tener esperanza, una cualidad increíble y misteriosa del ser humano. Tenemos la imaginación para creer en lo que sea, prácticamente: desde Dios hasta magia, pasando por Santa Claus, los reyes magos y… sí, que Harry Potter nos sacará de la miseria. Por cierto, arriba Slytherin, la casa de Merlín. Pero bueno, la licenciatura en Humanidades era una mezcolanza de Filosofía, Literatura e Historia del arte. A mis amigos les gusta decirle “Humanimadres” por algo.

Pese a que el programa tenía más de cuatro décadas existiendo, para cuando yo entré, el giro estaba muy cercano a los estudios culturales. ¿Y eso qué es, Jennifer? Bueno, pues es el producto de no encontrar soluciones a los problemas humanos. Los estudios culturales se los inventaron los ingleses porque a mediados de los sesenta se encontraron con un problemón que no se podía abordar desde una sola disciplina. Ese problema se llamó Beatlemanía.

Aquí en México desde hace 60 años se transmite un programa de radio llamado “El Club de los Beatles”. Y bueno, Liverpool está a más de 8 mil 500 kilómetros de la Ciudad de México. Sólo para que nos demos una idea de cuán importante fueron los Beatles el siglo pasado en todo el mundo y cómo lo siguen siendo. La cosa es que los ingleses no se podían explicar uno de los fenómenos de masas más asombrosos de la historia. No bastaba la música, la sociología, la antropología o la mercadotecnia. Se necesitaba algo combinado, la liga de la justicia de la ñoñería y la academia. Y de ahí: taráaaan, los estudios culturales llegaron.

Otro día les cuento de qué iba a ser mi tesis porque también tenía que ver con música; inspirada por mis ancestros estudiosos, yo quería analizar el capítulo más oscuro en la música más oscura. Peeero citando a Michael Ende, esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión. Ese capítulo se llamará: no te recomiendo hacer tesis. Hoy solamente quiero contarte por qué no te recomiendo tratar de entender a la humanidad.

A pesar de que mi carrera me hizo muy feliz, no contaba con que en mi primer día de clases acabaría en una cabina de radio por accidente y azar. Lo que sí supe es que estar enfrente de un micrófono, justo como lo estoy haciendo ahora, me derritió el corazón, para bien, pues. Corte a: la señorita McNamara regresa a sus inicios y trece años después abre un podcast que se trata sobre… absolutamente nada.

Quiero confesarles que este podcast casi se llama “Experta en nada” por eso, porque hasta la fecha sigo sin ser especialista en algo, pese a que todo mundo lo recomienda: desde los gurús del marketing que te mandan a buscar una audiencia nicho hasta los protectores del conocimiento que te instan a hacer un doctorado. Pero yo prefiero ver la vida con un crisol de luces. Tengo ánimo renacentista, me fascina la combinación de saberes y disciplinas. Y hablando de no entender a la humanidad, y por tanto no entender-me, para saber el sentido de la vida, le podríamos preguntar a algunos filósofos.

Por ejemplo, según los estoicos, como Marco Aurelio o Epicteto el sentido de la vida radica en vivir de acuerdo con la razón y nuestra naturaleza. Vaya usté a saber qué conforma nuestra naturaleza hoy en el siglo XXI pero los estoicos creían que era bueno seguir la virtud. Algo muy parecido también pensaba Sócrates, de hecho.

Aristóteles decía que era mejor buscar la felicidad, en realidad él la llamó eudaimonía, que también se logra viviendo en virtud. Platón, por su parte, prefería el orden.

Y ya más para acá hay algunas perspectivas muy interesantes. Los utilitaristas como John Stuart Mill o Jeremy Bentham prefieren maximizar la felicidad y minimizar el sufrimiento. Lo cual suena padrísimo salvo porque podrías llevarte entre las piernas a tus congéneres. Un gran ejemplo de esto lo podemos ver en la película El aprendiz, dirigida por Ali Abbasi, que narra los primeros años como emprendedor de Donald Trump. Si no la has visto, esa sí la recomiendo.

A mí me gusta la perspectiva de los existencialistas. Jean-Paul Sartre decía que la vida no tiene un sentido inherente y que somos libres y hasta responsables de construir nuestro propio sentido. En cambio, Albert Camus prefería decir que la vida es un absurdo. Pero que vale la pena rebelarse ante la absurdidad y encontrar sentido en nuestras experiencias.

Esto me lleva al señor Viktor Frankl, que sobrevivió a un campo de concentración. Después de estar en ese infierno, él decía que el sentido de la vida se encuentra en lo que valoramos, como el trabajo significativo, la manera que enfrentamos el sufrimiento… y claro, el amor.

Y también contemporáneo, Thomas Nagel sugiere que aunque la vida pueda parecer absurda, eso no invalida los significados que nosotros vamos creando.

La cosa es que… con tantas teorías superpuestas, llego a la conclusión de que hay problemas que no tienen solución. Mi mente ingenieril se quiebra ante esto y quiero llorar desesperada. Pero mi parte artista y mi parte necia saben que aunque no haya solución a un problema, sigue valiendo la pena tratar de encontrarla. Cual Sísifo que lleva su roquita hasta la cima y se le cae, y ahí vamos de nuevo: a ver si ahora sí encuentro el sentido de la existencia.

En lo que lo voy encontrando y hablando de echarse a llorar, te doy un spoiler del próximo capítulo. Sólo necesitas pensar en quién dijo la frase: “La desesperanza de la melancolía es a menudo un susurro del deseo”.

Para acabar este podcast te dejo una antirrecomendación libresca. Démosle un aplauso al libro que se ganó mi título de: lo peor que leí este año. Y es para La ciudad prometida de Valentina Scerbani. ¡Gracias, Valentina! Porque aunque tu libro tenía una gran premisa: una chica que parece medio secuestrada por un par de tías locas, acabé hartándome del estilo “contemporáneo de la obra”.

Aquí un fragmento, para que me creas. Ejem:

“Encontré una ciudad y, en el centro, un perro tullido e indiferente salía de entre los bloques que olían a cemento y a soledad. Mordía muerto de hambre una corteza de pan, ¡Largo!, le gritó una mujer con arrugas bajo los párpados, ¡Largo!, podías contarle las costillas, bellamente arqueadas como un acuario cubierto de liquen, tenía las patas flacas y los ojos secos, me convenció de que era el perro más infeliz del mundo, era Nochevieja, y se tumbó en medio de la carretera, sin gimotear, mientras gente gorda salía con carne en bolsas, carne en las mandíbulas, carne bajo el brazo, un perro callejero decidió suicidarse antes de descubrir que existe dios, junto al bloque de dieciséis pisos sobre el que ponía, piso por piso:

there

where

the

sun

will

never

set

up

y yo salté de un muro a una escalera,

Hasta aquí.”

Qué astro payasada, ¿no? Cabe aclarar que la pieza en inglés está escrita de a palabra por renglón, como si fuera verso libre. No sé por qué algunos escritores contemporáneos aman hacer esto de revolver el lenguaje hasta que no se entienda. Y por eso, no te lo recomiendo nada.

Hemos llegado al final de esta emisión, recuerda que soy Jennifer McNamara aka Geeknifer y que puedes mandarle este podcast a tus amigos y enemigos. ¡Nos escuchamos el próximo mes!

Discusión sobre este pódcast

Escríbeme pronto
No recomiendo
Piensa fuera de la caja y ríe con esto en lo que resulto ser co-no-ce-do-ra: ¡las porquerías en la vida! Antirrecomendaciones sobre la vida y sobre productos culturales como libros, música, películas y cualquier otra cosa que se haya creado por el ser humano.
Escuchar en
App de Substack
Apple Podcasts
Spotify
YouTube
Pocket Casts
RSS Feed
Aparece en el episodio
Geeknifer
Episodios recientes