Lo que nadie te dice sobre la muerte
El tiempo no cura la ausencia de alguien por completo. Pero sí hay esperanza para encontrar en la muerte prodigios que jamás habrías imaginado.
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“Cada pérdida nos fuerza a escribir nuestra historia con palabras distintas”. - Sara Torres
Se acerca el fin del verano 🍁. Septiembre ya está a la vuelta y viste de marrón y anaranjado.
Aunque en el centro de México no se nota tanto, como en otras latitudes que nos enseñan que el otoño es de color dorado, hay más hojarasca que pisar en el pavimento.
De todas las estaciones, el otoño se antoja para beber café y pensar en eso que se nos va. Y no hablo del follaje. Hablo de los días que dejamos atrás y de las personas que ya no están para platicar a nuestro lado.
La muerte es, quizá, la reina del otoño.
Pero no todo se pierde en ella. Te lo prometo.
Un libro 📔
La muerte duele. A veces, puede doler físicamente; casi por reflejo, cuando recordamos el momento en el que alguien se nos fue y el dolor que pudo sentir. Es, a lo mejor, el culmen de la empatía: compartir el tormento ajeno.
Pero también duele su resultado, el vacío es el síndrome del miembro fantasma. Alguien ya no está y esa consciencia late en algún lugar que no sabemos dónde está. Algo lastima por dentro.
En tiempos recientes no suelo hablar de este libro porque no es una pieza que haya sido escrita con un propósito literario en mente; al menos no de primera instancia. Es un texto que nació del corazón roto que deja una muerte.
Cuando en 2018 falleció mi mamá no supe muy bien qué hacer. Me pasaron mil cosas y reflexioné otras dos mil. Lo que empezó como un breve ensayo sobre la depresión se convirtió en una colección de estampas del pasado.
Iba a verla, pero se le ocurrió morirse, mi libro, está dividido en tres partes, contiene memorias, un poquito de ensayo, un poquito de homenaje.
Lo puedes conseguir por Amazon en versión electrónica o impresa en el enlace que aquí te dejo.
Un video 🎞️
¿Te parece si tomamos aire y nos reímos un poco?
El cine es un vicio que consume tiempo. Por eso es que los cortometrajes deberían estar más de moda en esta era con horas que corren tan rápido.
Existe una página de cortometrajes dedicada al terror llamada Alter.
Esta semana, mi hermana y yo nos estuvimos poniendo al corriente con los videos. Elegimos ver uno que parecía tener un monstruo espantoso en la miniatura en su portada.
Resulta que el corto empieza como si fuera uno de comedy horror. El concepto es para morirse de risa. Es bien sabido que, en las películas de terror, los primeros en morir siempre pertencen a minorías raciales. Es decir, si eres una persona de piel oscura, es bastante probable que mueras primero en Halloween.
El corto empieza con esa primicia: Un grupo de amigos está en una cabaña amenazada por un asesino serial y la única persona negra telefonea a un servicio de emergencia. Los operadores atienden a esta minoría racial en 31 de octubre para evitar que mueran primero, como el cliché dice.
El corto se llama Don’t Die First y me pareció una genialidad. Especialmente porque no se siente como discurso forzado. Y deja mucho en qué pensar.
Otro libro 📙
Confieso que si este libro me llamó la atención, en parte se debe a que tiene similitudes con otro volumen a cuya autora conozco muy bien.
Hablar con libros puede parecer la cumbre de la locura. Hay por a’i un libro de Elías Canetti que habla de un hombre con una biblioteca que medio se deschaveta hablándole a autores fantasma.
Lo mío es menos grave.
Hay libros con los cuales dialogas. ¿No te ha pasado? Que lees algo y de pronto te encuentras con un montón de citas y temas que te ponen a pensar. A mí me sucede más cuando alguna de estas ideas me sorprende o quiero descubrir por qué me da comezón por dentro.
Lo que hay, de Sara Torres, es una novela entre ficción y realidad que hace eso. En principio, es la historia de una chica que está sufriendo un desamor mientras su madre muere.
Pero si vamos más allá, es un libro que propone temas que, al menos yo, no tengo tan cerca: como una relación lésbica poliamorosa. Es decir, la protagonista está enamorada de dos mujeres a la vez. Y es tan complejo como se lee. En el ínter, su madre, a kilómetros de distancia, está muriendo de cáncer de mama.
Sara Torres es poeta y se le nota. Tiene pasajes con una musicalidad asombrosa y el libro lo llené de notas porque fue casi tener una conversación con otra mujer que perdió a su madre.
Lo puedes pedir desde Casa del libro.
Un cuento 📝
Roger vio el ataúd otra vez antes de salir al pasillo, fuera de la sala de velación. Había seguido al muerto en todo momento.
Lo siguió desde que se encontró con su antigua maestra, Julieta, porque ahora le daba clases a su hijo y era tan desastroso como él. La profesora fue condescendiente y él fue testigo, con la ira reventándole por los oídos, de cómo hablaba mal del niño. Luego, lo siguió al estacionamiento, donde fue atropellado, luego en la ambulancia, luego cuando murió en el camino y ahora allí, en la funeraria.
Él era el muerto y no podía desprenderse de su cuerpo. Había tratado de salir de la ambulancia, pero las almas no cruzan las paredes, como todo mundo piensa.
Eso sí. Mientras veía su cuerpo sin vida en la ambulancia, había recibido un correo a su celular. Se sorprendió cuando pudo sacar el aparato de sus pantalones atransparentados y leer que le habían asignado un “ticket de atención mortuoria”. Pronto, la Muerte estaría con él.
En el hospital, una fuerza invisible lo mantuvo cerca del cadáver; se había quedado como el guardaespaldas de sí mismo. Pasó horas junto a su cuerpo cambiando de color lentamente. Quería dormir pero no pudo hacerlo.
Al parecer los servicios mortuorios eran de la peor calidad porque a él se le apareció la Parca, el mismísimo esqueleto con guadaña, hasta el velorio de cuerpo presente, andando a zancadas rápidas por el pasillo.
—¡Buenas, buenas! ¿Roger?
—Sí, para servirte. Nunca creí que podría decir esto al ver a la Muerte pero: ¡qué bueno que llegaste! Estoy muy cansado.
—Antes los humanos aquí me trataban de usted, ¿sabías? Tenían algo de respeto —dijo el ser sobrenatural mientras se limpiaba con la manga de la capa el sudor ficticio. —En fin, estás cansado porque no debiste pasar tanto tiempo en este plano.
—No me llamaste por mi nombre con todo y apellido, por eso te tuteé. Y bueno, ahora… ¿qué procede?
—Por protocolo tienes un intento más.
—¿Un intento más?
—¡De vivir! ¡Sí! —respondió la Muerte apoyando sus manos esqueléticas en las rodillas y respirando con dificultad.
—¿Cómo?
—Normalmente llego antes. Le hago un acertijo al alma para asegurarme si ya es su momento, protocolo de los servicios de atención mortuoria.
—Okay…
—Así que haremos una escena si respondes bien el acertijo. Hace mucho que no veo un cuerpo despertar en medio del velorio. Espero que no resuelvas mi pregunta, para evitar el papeleo…
—¿Por qué no habías llegado antes? —preguntó Roger.
—Porque jugaban los Santos.
—¿Qué?
—¡Cada quién sus vicios!, ¿no? —reclamó la Parca.
—Uyyy. Sí, tener tu edad ha de ser aburrido. Entonces, ¿cuál es el acertijo?
—Ahí va: Es monógama… única… eterna… rápida… tramposa y evitable, ¿qué es? —Roger pensó un momento la respuesta.
—Eres un poco egocéntrica, ¿no?
—¿Cómo?
—La respuesta es la muerte.
—Maldita sea.
—Bueno. Pues devuélveme a mi cuerpo. —Roger casi pudo jurar que la Muerte puso las cuencas de los ojos en blanco antes de blandir su guadaña con un movimiento etéreo.
—Huele a quemado, ¡ya puedo oler! —gritó él.
—Sí, buena señal. Eso significa que estás volviendo a tu cuerpo —contestó la Muerte mientras asomaba el cráneo a la sala de velación. —¡Ay! —dijo volteando y estirando los brazos para impedirle el paso a Roger, que ya quería regresar a sí.
—¿¡Qué pasó!? —preguntó él.
—Este… —. La Muerte volvió a asomarse. —Te voy a deber algo.
—¿Por qué?
—Porque tu primo, Juan, acaba de quemar tu ataúd.
—¿Qué?
—Creo que se le cayó una colilla de cigarro. Yo sólo tengo el poder de revivir a la gente una vez, es medida precautoria por si me equivoco de persona. Y estás a punto de morir de nuevo.
—Hagamos otro trato, entonces. No haces papeleo. Pero me prestas tu guadaña una noche.
—¿Para qué?
—Porque hoy mis fantasías se hacen realidad —contestó Roger.
Hoy Julietita también recibiría un mail de los servicios mortuorios.
Una reflexión 💭
El tiempo no cura el dolor, sólo hace que sea más fácil vivir con él.
Y si bien la muerte es algo espantoso, que no se le desea a nadie, sí es algo que nos obliga a reinventarnos. Es el evento más trepidante que podemos experimentar y, por eso, como si se tratara de un terremoto, tenemos que re-conformarnos tras el desastre.
Escribir un libro después de la muerte de mi madre fue una continuación del sentido de comunidad que experimenté en el velorio. Ahí de pronto me di cuenta de a cuántas personas les importo. Claro, yo estaba en estado de shock y apenas y pude pensar que era mi mamá la que estaba en el féretro. Me comporté como la mejor anfitriona de la peor fiesta de la historia.
Pero el libro me dio redención. Seguro hay pasajes que fueron demasiado privados y quizá inentendibles, pero todo está escrito con el corazón de tintero. Es, sin temor a equivocarme, lo más honesto que he redactado en la vida.
Tras publicar, varias personas (conocidas y desconocidas) me escribieron para contarme sus propios dolores. Las ausencias nos instan a llenar huecos, a ser un poco más vulnerables y compartir eso que nos hace falta. El diálogo no llena nuestros vacíos, pero germina nuevos espacios para que re-escribamos nuestra historia.
Para construir luego del desastre.
Y bueeeno… Ando estrenando una de las posibilidades de Substack para siempre traer mejores escritos, ¿podrías ayudarme con esta encuesta? Es para saber qué sección se debería quedar siempre aquí.
¡Hasta dentro de dos miércoles!
¿Es tu primera vez? Te dejo más cartas aquí.
Con cariño libre de virus,
J. McNamara, aka Geeknifer.
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