Una encartada vuelta al sol
Cincuenta y dos cartas después, aquí sigo... aquí seguimos.
La primera emisión de esta cartita le llegó a ocho personas y comenzó como un proyecto para publicar textos guardados en carpetas viejas; un proyecto para dejar de ser la escritora que nadie lee, porque, al fin, un texto necesita un destinatario (sí, sí, hay textos para los cuales el destinatario es una misma, pero mis narraciones ruegan por otros ojos). En ese momento, en enero de 2021, pensaba: ¿se me acabarán los cuentos que tengo escondidos?, ¿cuánta gente seguirá estas cartas?, ¿funcionará?
Tras un año, puedo decir que este proyecto está en mi top de “cosas fregonas y maravillosas que pasaron en 2021”. Claro que se me acabaron los cuentos y las recomendaciones, tuve que escribir más y lo mejor ha sido conectar con personas que cada miércoles abren este correo y lo hacen vivir. Como tú. Esta carta respira porque la estás leyendo y ese es el valor de cualquier producto artístico: crea una comunión. Por eso aplaudo cuando veo que mi gente pinta, baila, canta, escribe... o disfruta de estas manifestaciones; porque en esta pandemia que nos ha restado parte de las ganas de existir, el arte una y otra vez nos susurra: ¡tienen vida, aprovéchenla!
Hace 49 semanas, en la tercera carta, describí por qué escribo. Recuerdo ese párrafo porque es el que me ha traído hoy contigo. Si te lo perdiste, acá está:
Escribo porque aseguro que hay personas que tienen bloqueada la autopista del corazón a la lengua. Mi vialidad se las arregló para encontrar un camino del corazón hasta mis manos: con las que tomo una pluma, con las que tecleo en mi máquina. Escribo porque son mis letras las que me permiten comunicar y luchar. A la George Orwell, mi escritura es política, pero también espiritual, vivencial y, sí, hasta musical. Es por estas letras que respiro. Y si creyera en encargos trascendentes, me gustaría convencerme de que tengo la misión de volverme una sola con estos párrafos con lo que comunico, creo e intimo.
Hoy estoy celebrando un año de superar miedos y quiero compartir eso contigo. Dame un segundo y te paso pastel y vino espumoso. ¡Por que el temor se vaya siempre! Salud 🥂.
*Un libro 📖*
Ansibles, perfiladores y otras máquinas de ingenio - Andrea Chapela
Al usar el término “ciencia ficción” mi mente va a megaurbes; imagino naves espaciales, narrativas distópicas y enredos… en países de primer mundo.
Es decir, pienso en la ciencia ficción desde aquello que he visto hasta el cansancio en la literatura y la televisión (como disfrutar por enésima vez de El día de la independencia en el canal 5). Supongo que tú también has visto más naves espaciales de Estados Unidos que de cualquier otro país del mundo.
Ya estuvo bueno de eso, ¿no?
Este libro, Ansibles, perfiladores y otras máquinas de ingenio, se propone crear narrativas futuristas que nos resulten más cercanas. Andrea Chapela, química y escritora, toma la Ciudad de México como escenario de todos los cuentos que de este volumen.
De pronto, a mitad de año, este libro se volvió el boom de mis redes sociales y muchos de mis conocidos lo leyeron. Yo, que le rehuyo por temporadas a lo que está en boga, se me pasó conseguirlo. Lo tomé en este diciembre y no me arrepentí. Porque claro, soñamos con cómo juega la tecnología en nuestra contra, ¿pero cómo lo haría en un país lleno de corrupción como el nuestro?
Chapela logra hacer dos cosas magistralmente bien: contarnos historias de ciencia ficción que se adapten a la realidad mexicana y crear personajes memorables con los cuales conectar. Al final, el género futurista por excelencia no sólo nos quiere hablar de los avances tecnológicos, sino de qué significa ser un humano viviendo al límite. Varias veces sonreí con cuentos de amor y otras lloré por tragedias que nada más podrían ocurrir en México... pero híperconectado.
Se ha vuelto escaso, por lo que recomiendo darte una vuelta por librerías locales (con cubrebocas); también lo puedes conseguir aquí.
*Una rolita 🎵*
¿Has pensado en cuáles canciones conformarían el soundtrack de tu vida? Yo no podría armarme una auto-banda sonora de un solo disco, pero este año recibí ayuda digital.
He de admitir que las campañas anuales de Spotify para acordarte de lo que escuchaste, a manera de stories de redes sociales, suelen sacarme una sonrisa. No sin antes preguntarme qué tanto nuestros gustos musicales están siendo perfilados por un algoritmo que a veces (...sino es que la mayoría de las veces) falla en promover artistas que apenas arrancan. Pero bueno, dejando mi hemisferio crítico: Spotify empaqueta bien una narrativa de canciones.
De acuerdo con la plataforma de música, la película de mi vida abriría con una canción del grupo inglés de post-punk Magazine: “The Light Pours Out Of Me”, específicamente la versión en vivo de 2009 en Manchester: ¡uff! Me parece maravillosa, porque creo que el riff de guitarra a mitad de la rola es una gran melodía para abrir una existencia.
No por nada es una de mis canciones predilectas para bañarme; me da energía. Te la dejo aquí para contagiarte en este miércoles que huele, para nuestra desgracia, a sobrecontagio.
*Un cuento🖋️*
Foto de Reagan Freeman
Este cuento apareció por primera vez en la revista Punto de Partida de la UNAM.
Era legal viajar en el tiempo. Era legal hacer y deshacer dimensiones. El tiempo se convirtió en un esclavo más de nuestros deseos. La única advertencia, esa que venía en las letras pequeñas de las máquinas del tiempo hacedoras de portales aleatorios, era que no siempre se partía a una dimensión de la que hubiera manera de regresar. El riesgo de saltar cuánticamente era atorarse en medio del sinfín de universos.
En ocasiones, por meras situaciones vástagas del azar, dos o más por tales cuánticos acababan en el mismo lugar. Había parques que tenían más máquinas del tiempo que árboles, edificios de departamentos con portales cuánticos en cada espejo del baño. Sobrepoblación, sobreinformación, sobrecreación de realidades.
Así, ella veía entrar y salir a todos en el reflejo de la televisión de su cocina; la casa era un mero hotel de paso. Le gustaba pensar en su hogar como un aeropuerto con un par de pistas de despegue y aterrizaje, pues a sus espaldas había un pequeño patio por el cual saltar a dimensiones distintas. Se acostumbró a ser una terminal con dos portales a la misma distancia del centro del patio, pavoneando simetría interespacial.
A veces, sus hermanos, en versión niño, llegaban a preguntarle cosas, creyendo que ella, con su largo cabello canoso, era su abuela. Otras, llegaban en versión anciana, con recuerdos de otras vidas, y trataban de filosofar en medio del aroma del café. Entre las millones de posibilidades, le resultaba curioso que fueran justo ellos quienes acababan jalándole de la blusa para que describiera los alrededores, para que evocara la nieve que ella sí conoció, o los pájaros de los cuales todavía recordaba el nombre. Por supuesto, había otras veces en que gente extraña terminaba en el patio. Todos aceptaban un refrigerio antes de explorar el 2059. Nadie permanecía ahí mucho tiempo.
Ella hacía algo que no era ilegal, pero que todos consideraban inútil. Tenía su máquina del tiempo conectada a la televisión. Seleccionaba la fecha y reproducía recuerdos. No había mejor filme que el de su propia vida. 4 de abril de 1995. 4 de abril de 2000. 4 de abril de 2002. 4 de abril de 2008. 4 de abril de 2010. 4 de abril de 2017. 4 de abril. Veía pasteles de cumpleaños, veía los regalos, veía a la gente, veía los gestos. Todo veía.
Se pasaba los días frente a la tele, mientras no hubiera alguien para interrumpirla. La música de su vida era la que vivía de fondo en sus recuerdos. En vez de rememorar, la película le daba siempre detalles nuevos, rasgos que se le habían escapado y que ahora estudiaba: los casi imperceptibles poros de la porcelana, las marcas de labios rojos en los vasos, el humo del cigarro perdiéndose en las lámparas del techo.
Sin embargo, desde hacía unos meses, se había dado cuenta de que su memoria se iba apagando. Ya no podía dormir acordándose de viejas voces o colores; se acababa extraviando en la oscuridad, intranquila, sin certezas, con su mente sin señal alguna. Ahora entendía lo que era morirse, morirse por dentro.
Lo más fácil sería regresar, zambulléndose en un portal, en el pasado, cuando su cuerpo no era flácido, cuando su sonrisa era ancha y cuando todo era simple. Pero eso... eso significaría renunciar a la máquina del tiempo. Los cumpleaños la abandonarían, los abrazos acabarían diluyéndose en su moribunda memoria. No podía dejar eso, lo que valió la pena. Treinta años llevaba ya mirando la televisión, sabiendo que uno de millares de portales podría regresarla al pasado, pero sin la certeza de saber cuál.
Seguía, por tanto, en la mesa de la cocina, mirando la televisión, una homo videns de un pasado remoto, oyendo a sus espaldas los portales que dejaban pasar a los extraños, a los viajeros y a las personas que alguna vez quiso, pero que no eran su gente. Detrás de ella, las personas saltaban, de dimensión en dimensión. Detrás de ella, la humanidad se reinventaba.
Pero lo que ella quería era que le quedara solamente un 4 de abril.
*Una reflexión 💭*
Hace unos días, en la carta semanal de la escritora Haley Nahman, leí lo siguiente: “Las redes sociales, que pronto serán el metaverso, jamás se construyeron con el propósito de crear sentido. Fueron construidas para hacer dinero”.
No es casualidad que haya elegido mandar cartas virtuales y no abrirme una simple cuenta en redes. Vivimos en el siglo de la sobreinformación. Estamos en sintonía con un montón de cosas que a lo mejor ni queremos ver. La idea de mandar un correo electrónico es que los mensajes sean íntimos, que si te da la gana contestarme para contarme algo, no tenga que saberlo todo mundo (perfecto por si quieres enojarte conmigo, relatarme chismes o compartir pensamientos).
Me gustan las cartas por muchas razones, prometo mandarte un texto futuro con ellas, pero una de las más importantes es que, a diferencia de otro tipo de textos, son personales y son gratis. No escribo esto para hacer dinero, sino para hacer comunión. Este año pienso en productos que podrían costarte algo para tener acceso a ellos. Pero esta carta jamás. La idea es tener un espacio seguro donde hacerla de cuenta-cuentos, de cronista contemporánea y, a veces, hasta de amiga del alma.
Podría parecer raro que mande una carta a “tantas” personas, pero la idea central es la misma: no perder la autenticidad que tiene una epístola escrita a puño y letra. Más en la actualidad que nos obsesionamos con conseguir miles de seguidores cuando la interacción es más profunda con personas contadas.
Por eso es que mi sueño guajiro cada semana es que mis palabras te sirvan para algo: para reír, soñar, llorar o llegar con el pensamiento a lugares que no conocías antes. Espero haberlo logrado este año. Si no, te prometo que la siguiente semana llega otra carta.
Y vamos a lo más importante:
De verdad, gracias. No tengo cómo ofrecer tanto agradecimiento, así que para cerrar me decidí a escribirte… con mi letra real, esa de pulguita, de astas, vueltas y colas:
P.D
Como Facebook prometió desde sus buenos tiempos, este newsletter SIEMPRE será gratis. Pero el trabajo creativo no deja de ser trabajo. Así que te dejo este link por si quieres invitarme un cafecito, con la promesa de un día tomárnoslo en la misma mesa, y animarme a seguir con este proyecto y extenderlo a otros lares.
¡Hasta el próximo miércoles!
¿Es tu primera vez? Te dejo más cartas aquí.
Con cariño libre de virus,
J. McNamara, aka Geeknifer.
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