¿Quieres ser más feliz? Piensa como niño
La gente: reí en Disney. Yo: lloré en Disney.
Si te pregunto por tu mejor recuerdo de la infancia, ¿cuál escogerías? Yo tengo varios, incluso aunque mi infancia haya sido medio anormal. En mi casa siempre hubo muchos más adultos que niños, así que viví cosas no tan infancia-friendly. De los momentos que recuerdo con más alegría son en los que mi familia se sentaba conmigo a ver películas. Vi todas las de Disney y, para bien o para mal, se incrustaron en mi cabeza.
A mi niña interior le debía ir al mundo del señor que se hizo rico dibujando ratones. Era un viaje pre-pandemia que acabó sucediendo ahora. También por eso no he tenido tanta actividad en Instagram, por ejemplo. Soy de la idea de que las vacaciones son para desconectarse digitalmente. La computadora nada más la he abierto para escribir (psst, hasta empecé a limpiar la segunda parte de mi novela). Es lindo de pronto olvidarse de Internet y sólo vivir la vida.
*Un libro 📖*
Un día contaré la historia de la primera novela que leí. No se me olvida porque llegó a mis manos en un viaje en avión. Y aún conservo ese preciado volumen. Uno con un chico sobre una escoba y una contraportada con un hechicero ataviado con una túnica morada. Pero esa es otra historia y será contada en otra ocasión.
Hoy quiero hablar, más bien, del segundo libro "sin dibujos" que me zampé. No es un secreto entre los que me conocen: siempre tuve buenas calificaciones. Uno de mis mayores reveses en la infancia fue conocer a la chica que sacó mejor calificación yo algunos meses. Esa pequeña se volvió mi amiga y, aunque dejamos de ser compañeras cuando teníamos 11, seguimos frecuentándonos. Ella continúa siendo endemoniadamente lista y su amistad me dejó una de las mejores historias jamás escrita.
Esta mujer, para mi cumpleaños número 9, tuvo a bien regalarme un libro de lomo rojo. Era una novela extraña porque las letras no eran negras. Era un libro a dos tintas: verde y roja. Cada uno de sus capítulos comienza con una letra del alfabeto ilustrada. Me sorprende que la traducción haya logrado que la primera frase de cada capítulo empiece con la letra que le corresponde. Francamente, es una edición bellísima. Lo mejor es una dedicatoria de una niña de 9 años. Esto demuestra que una edición bella, o incluso genérica, puede volverse muy valiosa con un “te quiero” y una firma.
Michael Ende, el autor alemán de dicha novela, dijo alguna vez una frase que es uno de mis mottos de vida: "La fantasía no es una forma de evadirse de la realidad, sino un modo más agradable de acercarse a ella". Lo creo desde que leí La historia interminable a dos tintas. Recuerdo que varios adultos a mi alrededor me reclamaban porque leía demasiada fantasía en la niñez y pubertad, como si nunca le fuera a entrar a otra cosa. Pero, después de todo, algún nicho de inocencia debía yo tener. Y estoy segura de que leer a Tolkien, J.K Rowling, C.S Lewis o Michael Ende (entre muchísimos otros) enseña más sobre situaciones humanas que varias novelas "clásicas".
Y bueno, si has visto La historia sin fin, la película basada en el libro, te estás perdiendo de más de la mitad del argumento original, porque el volumen continúa todavía después del final del filme. Te aseguro que en cada personaje reside un pedacito de naturaleza humana.
*Una rolita 🎵*
Hablando de ser niña y joven, un día, cuando tenía 14 años, tomé la extraña decisión de aprender alemán. Cuando digo la razón, nadie me cree: me encanta cómo suena.
Y cuando por fin pude (y quise) visitar el país germano (estratégicamente a una edad en la que ya podía beber cerveza), sonaba sin parar en la radio "Firework" de Katy Perry y "Haus am See" de Peter Fox. Esta última rolita es la que quiero recomendar hoy.
Peter Fox es un personaje singular. Empezó tocando el piano y el trombón en su niñez. Y tan no alcanzaba la fama que trabajó como dependiente en varias tiendas de discos en Berlín. También trató de ser fabricante de pianos, sin mucho éxito. Su vida al fin cambió cuando lo invitaron a ser parte de la banda de reggae alemán Seeed. A pesar de que la vida le ha puesto infortunios enfrente, como que en 2001 sufrió una parálisis facial, él sigue componiendo canciones que hablan de lo bella que es la vida.
Haus am See se traduce literalmente como “la casa en el lago”. Y la canción trata sobre un tipo que fantasea sobre la cabaña de su sueños, en compañía de la mujer lista que le gusta y 20 hijos (esta parte no entiendo cómo le aporta paz a su vida, pero bueno, cada quién). En ese momento de mi vida la canción tenía mucho sentido, no porque me quisiera reproducir así, sino porque estar del otro lado del Atlántico por vez primera me enseñó que los sueños sí se pueden cumplir y que no está mal ser la que ve el vaso medio lleno en la habitación.
*Una minificción🖋️*
—¿Qué películas te gustan? —preguntó Gio mientras pedaleaba en el bote sobre el lago.
—Mmmh… No soy mucho de películas. ¿A ti? —respondió Carlos. Él miraba hacia abajo, como estudiando los dos pares de pies que se movían.
—Las de monstruos.
—Qué raro —dijo él.
—Bueno, entonces, ¿qué dulces te gustan?
—Sí haces preguntas muy raras, Gio. No como dulces. Hacen daño.
Gio ya los había llevado hasta la mitad del lago. En medio de la nada. Sólo los árboles y el crepúsculo les hacían compañía. Bueno… casi.
—¡Ya me tienen harto los mosquitos! Elegiste el peor lugar de todos.
—Me gusta mucho el agua —se excusó la niña.
—¡A mí no! Mira, Giovanna, la verdad… vengo a pedirte algo —. La niña entornó los ojos, se imaginó cómo pediría Carlos que fueran novios. Por eso había elegido el mejor paisaje posible. ¿Habría comprado chocolates para ella? El niño se hizo hacia adelante y habló más bajo, aunque nadie lo fuera a oír.
—Quería ver si llegábamos a un arreglo para que me pasaras las tareas que faltan.
Gio no dio crédito.
—¿Qué?
—Pues… es que eres muy matad..., digo: lista, eres muy lista, y yo no soy tan bueno en la escuela. Me regañan mis papás y no tengo tiempo.
Los ojos de Gio se fueron hacia abajo y se llenaron de lágrimas. Entonces algo movió el agua y el bote. Un enorme tentáculo apareció nadando junto a ellos.
—¡¿Viste eso?!—saltó Carlos.
Gio no respondió nada.
—¡Gio!, haz caso —. El brazo repleto de ventosas se alzó por fuera del agua, se deslizó por el bote, por detrás del cuerpo de Gio y, en sólo un segundo, tomó la pierna de Carlos y aventó al niño por los aires. Fue a dar al otro lado del lago, en una gran explosión de agua.
Luego, la punta del tentáculo le limpió suavemente las lágrimas a la niña.
—Tenías razón, Cthu. Carlos no era para mí —. El brazo del octópodo abrazó a Gio y le dio un apretón. Con todo y la tristeza, ella sonrió.
La niña ni siquiera tuvo que pedalear, la criatura de ocho tentáculos la llevó a la orilla.
*Una reflexión 💭*
En mi experiencia, una manera para ser más feliz es regresar a la niñez y cumplirte los sueños que te debías.
Soy la clase de persona que gana todos los juegos de Disney Trivia. Me encantaría almacenar información más útil en mi cerebro, pero en vez de eso, les puedo decir en qué soundtracks ha participado Erick Mancina o cuáles fueron los diez primeros largometrajes del señor Walt Disney sin tener que pensarlo.
Sí, sí. Lloré en Disney, de puritita emoción. A veces, la vida se trata de hacer las paces con tu yo del pasado. Deseo que cumplas eso y más en esta mitad de semana. Porque si algo enseña ser niño es que no se necesita estar en Disney para poner la imaginación a trabajar. P.D
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