¿Qué hay bajo una sotana?

El Vaticano guarda más secretos que una adolescente con diario, y me he propuesto descifrarlos desde mi sillón, con palomitas y sin excomulgaciones a la vista.

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Querida persona que me lee:

El martes me desperté con noticia de humo blanco... en mi sala. Olvidé una vela a medio apagar por estar leyendo libros sobre el Opus Dei. Ya verás.

Es importante que sepas cierto contexto. Nací en una ciudad profundamente católica, astro “mocha” como decimos en México. Hasta existe la leyenda urbana de que en Cholula, un pueblo cerca de mi capital, hay 365 iglesias. Una extrapolación porque Hernán Cortés, el conquistador, tuvo a bien decir que en Cholula había tantos templos como días tiene el año. Y como todos los templos mesoamericanos fueron reemplazados por iglesias…

Cholula no tiene 365 iglesias. Pero sí como unas doscientas. No hay peor referencia en mi terruño que decir “Vivo cerca de un Oxxo y una iglesia”. Eso es cualquier lugar.

Te doy la bienvenida a este Escríbeme pronto, especial eclesiástico. Si no sabes de qué va esto: cada emisión mando recomendaciones, un cuentito y una reflexión. También puedes escuchar este texto.

Esta semana la he sentido misteriosa y llena de rituales. Si pones suficiente atención, no será ninguna casualidad que el día que leas sobre un cónclave papal, también te topes con señales esotéricas en la calle y veas a hombres mayores vestidos de rojo mirándote fijamente.

Y aunque no soy cardenal (ni lo seré, por supuesto), sí que aprecio un buen misterio y por eso empezaré con eso. ¿Te has puesto a pensar que quizá hay algo irresistible en los secretos de la Iglesia que nos atrae como polillas a la luz? Hoy te demuestro que el primer paso para entender esta fascinación es sumergirte en las historias que la rodean.

Qué Ángeles y Demonios ni qué nada. Opus de Gareth Gore está mucho mejor.

Gareth Gore es periodista económico. Con eso empieza este libro: un escándalo en un banco español, el Popular. Pero como si se tratara de novela de Dan Brown, el volumen está bueno para quedarte de madrugada despierta y no soltarlo.

Gore hace algo magistral aquí: te lleva por los intrincados pasillos vaticanos donde las sotanas esconden más que cuerpos humanos, esconden ambiciones, manipulación, muchísimo ego y cantidades exorbitantes de dinero.

Aunque al Opus Dei lo puso de moda El código Da Vinci, me parece mucho más interesante la historia de cómo su creador, San (sic) Josemaría Escrivá, se alió con Franco y con quien pudo para obtener poder. No sólo en países de habla hispana, porque el Opus ya tiene un poder inmenso en mi vecino del norte, los Estados Unidos.

Sin duda, el mejor libro de no ficción que he leído en 2025. Una clara muestra de que la Iglesia Católica es fascinante porque, pese a que nos impulsa a creer en las enseñanzas de un señor que creía en el perdón y el amor, también es casi una industria, poderosísima y llena de pésima influencia.

Lo consigues en Amazon por acá; o en tu librería de confianza.

Según yo vi Cónclave para quedarme dormida más rápida en un vuelo. Pero fallé miserablemente. Terminé pensando: "Acabo de ver a un grupo de ancianos votar durante dos horas y ha sido más emocionante que cualquier película de acción."

Basada en la novela de Robert Harris, Cónclave nos muestra el proceso aparentemente aburrido de elegir un nuevo Papa y lo convierte en un thriller psicológico que te mantiene al borde del asiento. Ralph Fiennes (que dependiendo de tu edad tal vez ubiques como Voldemort o como el antagonista de La lista de Schindler) haciéndole del Cardenal Lawrence está sublime, navegando un delicado equilibrio entre la devoción a Dios y la política humana con una sutileza que, si me preguntas, se merecía más el Oscar que Adrien Brody (a ese hombre ya lo habíamos visto como judío sufriente y sabemos que le queda el papel).

Pese a todo lo que la Iglesia ha dicho sobre la película, tengo que reconocer que hay elementos que sí hicieron que me dieran ganas de volver a misa de domingo.

Tiene un súper plot twist al final y el personaje mexicano deja mejor parado a mi país que la cochinada de Emilia Pérez (¿Cómo? ¿No me has escuchado hablar mal de Emilia Pérez? Aquí te dejo el podcast sobre eso).

Me parece que es una película que hay que ver porque quién sabe cuánto nos dure Panchito en la silla papal, dadas las circunstancias. Una se pregunta, ¿qué clase de Iglesia habrá en el futuro? ¿Y qué se sentirá ser cardenal? Ha de ser como un reality show divino donde el premio es convertirse en representante de Dios en la Tierra (sin presiones, ¿eh?).

Puedes rentar la peli en YouTube.

Este cuento se lo dedico a

Santiago Gozálvez

, que me había retado a escribir algo con las palabras camarilla, rosca y constelación. Puedes leer su relato aquí.

Habemus Terraformam

El Cardenal Zhang ajustó su traje espacial mientras observaba la cúpula de vidrio externa, como una rosca, que protegía la Capilla Sixtina. Seguía siendo perfecta: los mismos frescos, el mismo techo, el mismo silencio solemne. Sólo que ahora, encima de ellos, no estaba el cielo azul de Roma sino constelaciones que se veían más allá de la atmósfera casi inexistente.

—Eminencia, debemos empezar. Las comunicaciones con Marte se cortarán en tres horas —le recordó su asistente, un joven sacerdote con implantes neuronales visibles en la nuca.

Zhang suspiró. Era el tercer cónclave interplanetario de la historia. Después del Gran Éxodo de 2189, cuando la mitad de la humanidad abandonó la Tierra moribunda, la Iglesia se había dividido. Ahora, tras la muerte del Papa Urbano X, 120 cardenales procedentes de siete planetas y doce colonias espaciales se reunían para decidir el futuro de la fe.

—¿Han llegado todos? —preguntó Zhang.

—Todos excepto los cardenales de Europa-2. Su nave tuvo problemas con los escudos de radiación y llegarán con retraso.

La primera votación fue un caos entre la camarilla. Los cardenales terrestres favorecían a candidatos tradicionalistas; los marcianos querían reformas para adaptar la fe a las nuevas realidades biológicas de los colonos modificados genéticamente. Los representantes de las colonias de Júpiter abogaban por reconocer a las inteligencias artificiales como poseedoras de alma.

Durante siete días, el humo negro salía por la chimenea enorme y eterna. La CNN interplanetaria mantenía drones-cámara flotando alrededor de la cúpula, mientras los fieles de cien mundos esperaban.

En la decimoséptima votación, Zhang propuso al Cardenal Okonkwo, un híbrido humano-máquina de la colonia lunar. El argumento era simple: un puente entre lo humano y lo posthumano, entre la tradición y el futuro.

Cuando el humo blanco por fin emergió, combinándose con el polvo interestelar, los fieles de toda la galaxia celebraron. El universo conocido tenía un nuevo Papa, el primero que podía vivir 300 años gracias a sus mejoras biomecánicas.

—¿Cree que Dios apruebe esto? —preguntó el joven asistente mientras veían a Okonkwo, Pedro II, aparecer en el balcón, la mitad de su rostro humano sonriendo, la mitad mecánica brillando bajo la luz de Fobos.

Zhang contempló el paisaje marciano en las pantallas, donde los colonos habían plantado una cruz en la cima del Monte Olimpo.

—Dios es eterno —respondió—. Nosotros sólo estamos tratando de seguirle el paso.

Nomino a

Cristina Hontanilla

, para que escriba un relato con las palabras laberíntico, sobremesa y sonaja.

Yo estuve en colegio católico 14 años de mi vida. Y pese a que tengo cinco sacramentos encima, no ejerzo. Por varios episodios en mi vida se me juzgaría con uno de los pecados más graves: la apostasía. O el abandonamiento de la fe.

También confieso que uso el nombre de dios en vano un día sí y otro también porque la gente sabe que tengo expresiones que me quedaron del terruño.

¿Qué te digo? No hay momento en el que me vuelva más oralmente creyente que cuando practico el pecado del segundo círculo del infierno.

Pero la Iglesia me repele tanto como me atrae. Hay algo fascinante en la forma en que nos obsesionamos con los secretos vaticanos. Y cuando digo "nos" me refiero a todos: católicos devotos, ateos militantes y agnósticos indecisos, que casi como yo, cambian de opinión sobre la existencia de Dios dependiendo de cómo les haya ido en el tráfico defeño.

Piénsalo: en plena era digital, donde tenemos toda la información del mundo al alcance de nuestros pulgares, nos quedamos hipnotizados mirando una chimenea esperando ver si sale humo blanco o negro. Es como el programa de tele más antiguo del mundo, con un formato que no ha cambiado en siglos y que, aun así, sigue teniendo ratings de Super Bowl.

¿Por qué? Mi teoría es triple:

Primero, es la combinación perfecta de secretismo y espectáculo. La Iglesia Católica ha dominado el arte del misterio mediático siglos antes de que Netflix descubriera que los finales cliffhanger funcionan. Un cónclave es básicamente una temporada de House Of Cards pero con sotanas y latín.

Segundo, representa el último bastión de tradiciones antiguas en un mundo que cambia a velocidad de vértigo. En la misma semana podemos ver el lanzamiento del último iPhone y un ritual que se practica casi igual desde hace mil años. Esa continuidad histórica es como un ancla para nuestra ansiedad colectiva.

Y tercero, toca algo profundamente humano: nuestra necesidad de trascendencia y significado. Ya sea que creas o no en lo que representan, estos rituales hablan de algo mayor que nosotros mismos, de preguntas eternas sobre la vida y la muerte, el bien y el mal. En un mundo donde todo se reduce a algoritmos y métricas, estos momentos de misterio inexplicable son como pequeños oasis.

El contraste es deliciosamente irónico: una institución que predica la humildad pero practica la pompa más elaborada; que habla de pobreza desde palacios adornados con oro (porque no hay lugar más encantador y fastuoso que la Basílica de San Pedro… o la Capilla del Rosario en Puebla); que mantiene secretos en la era de la transparencia. Es una contradicción andante, quizás por eso mismo resulta tan magnética.

Incluso los más escépticos entre nosotros no pueden evitar sentir un cosquilleo cuando sale ese humo blanco. No porque creamos necesariamente que el Espíritu Santo ha guiado la elección, sino porque nos conecta con algo ancestral, con un tiempo en que los misterios no se resolvían con Google.

Por eso no me desuscribo de las campanas de domingo.

P.D

Hoy voy a hablar un rato con

Norka

a las 11 de México acerca de por qué me gusta contar historias de manera oral. Dale clic a la nota para apuntarte.

¡Hasta el miércoles!

¿Es tu primera vez? Te dejo más cartas aquí.

Con cariño libre de virus y de pecados capitales… bueno, no, a quién engaño,

J. McNamara, aka Geeknifer.

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