Pare de sufrir: su vida lo espera
A veces me acuerdo de que la vida es para disfrutarse. Y si eso no pasa, algo estoy haciendo mal.
En este momento mi existencia podría tener un letrero de “Precaución: obra en proceso”, porque estoy repriorizando algunas cuestiones en mi diario vivir. ¿Alguna vez te has sentido así? ¿Que de pronto tienes que hacer una pausa para reencausar lo tuyo?
Yo suelo entrar en un estado de semitrance cuando va a acabar el año, son semanas en las que me convierto en una tortuga adentro de su caparazón para explorarse. En retrospectiva, este fin de año estuvo movido por causas ajenas a mi control, así que es ahora, en el sexto mes de doce, que me da por decir: ¿Quiúbole con... migo? En lo que pienso en esto, les cuento lo de hoy:
*Un videojuego 🎮*
¿No te parece que hoy saber el futuro hasta parece fácil? Me refiero a que en la actualidad es sencillo acceder a técnicas adivinatorias. Ya ni siquiera hay que salir de casa. Basta con meterse a Instagram para encontrar cuentas con gente que asegura que nos puede decir el futuro leyendo las cartas, leyendo el café, leyéndonos la mano, aventando dados, mediante imposición de manos y aceite, contando pelos de animales, seguido de un laaargo etcétera.
Pero hay tradiciones antiguas que involucran bastante más sacrificio que unos cuantos pesos para saber qué deparaba el futuro. En Suecia, existió una tradición llamada Årsgång, que podríamos traducir como "la caminata del año", en la que la gente tenía que pasar por una serie de pruebas y, supuestamente, encontrarse con criaturas mitológicas para descubrir su futuro.
Year Walk recupera esta idea y la vuelve videojuego con bastante suspenso. La premisa es sencilla: un chico en el siglo XIX hará esta caminata, aunque su novia le advierte de los peligros de hacerlo. No quiero contarles más de la trama, porque creo que los plot-twists son bastante buenos.
La atmósfera del argumento está muy influenciada por el folklore escandinavo y, dado que es una caminata en invierno, por momentos es fría y hasta macabra. Excelente para el suspenso que envuelve la historia principal.
El formato es 2D y es un juego en parte aventura y en parte puzzle. Hoy lo pueden bajar para celular (sólo en iPhone) o jugarlo por Steam. También hay una segunda aplicación llamada Year Walk Companion que sirve como guía y mediante la que se pueden descubrir más detalles de la historia: completamente recomendable.
*Un producto 🔮*
¿Cómo haces para escribir sin parar?, me preguntaron. Y bueno, te confieso que una de las cosas que más me cuestan trabajo es no sucumbir a la tentación de revisar mis textos mientras voy escribiéndolos.
Así que fui muy feliz el día en que me encontré con “la app más peligrosa para escribir”. Es un sitio web que te permite programar la página por algunos minutos y luego te lanza a un procesador de textos en línea. La cosa es que, si dejas de escribir, tus letras desaparecen. En pocas palabras: no puedes dejar de teclear. Es una herramienta excelente para producir primeros borradores. La página te permite programar tu escritura por minutos o número de palabras y, una vez que llegas a tu objetivo, te devuelve tu texto: sano y salvo.
La próxima vez que traigas una idea genial en la cabeza pero no puedas escribirla porque tu perfeccionista interior te detiene a revisar una, y otra, y otra vez el párrafo, métete a esta liga para encontrar a tu aliado en la empresa de darle a las teclas.
¡Oh! El bonus es que puedes echar a andar la máquina con prompt incluido; es decir, si quieres, la página puede darte el inicio de un texto (en inglés) para que tú lo continúes. Si no, sólo es cosa de dar clic en “Start Writing w/o Prompt”. ¡Suerte!
*Un relato🖋️*
Estas chulísimas las vende la marca Yoshi
*Esta historia se la quiero dedicar a Emily, quien alguna vez me preguntó que cómo le hace una para no valer v. Evidentemente, no tengo idea*
“¡No pierdes la cabeza porque la traes pegada!”, me decía mi madre desde que tengo uso de razón. Yo era la experta en perder el suéter en la escuela. Y diosito es testigo de que mi mamá puso el grito en el cielo cuando me traje un suéter que no era mío. A mí nunca me pareció tan gran "deal", de cualquier manera, alguien se habría llevado el mío, porque al día siguiente encontré mi suéter botado en el salón.
La verdad, a muchos años después: debí haberle hecho más caso a mi madre.
Lo sé porque, ya adulta, seguí siendo una experta en olvidar cosas. Un día llegué de viaje a Ámsterdam y ¡oh, sorpresa! Había olvidado nada más y nada menos que… mis pantalones. Sí. Anduve esos cuatro días con la misma falda, que claramente no combinaba con todas mis blusas. No conforme, al año siguiente, en un viaje a Guadalajara, me pasó exactamente lo mismo: olvidé los pantalones. Lo cual fue un problema porque hubo un día en que saldría a bailar a un lugar medio fresón y yo traía una falda con la que podría camuflarme en el centro de Cholula o en el zócalo de Coyoacán. Estoy convencida de que todos los asistentes me voltearon a ver porque desentonaba y, por tanto, comprobaron que tengo tres pies izquierdos. Sí, tres. Así de mal bailo.
Esto te lo cuento en otra ocasión, pero la mayoría de mis viajes los he hecho en soledad. Hay gente que me mira extraño cuando digo que yo he comido en restaurantes, he ido al cine y he visitado otros países sin compañía. Total, que el último viaje que hice mientras estuve en Europa lo hice sola, a Alemania. Llegué a Munich con un solo objetivo: tomarme un litro de cerveza. Afortunadamente, mi Airbnb estaba a 15 minutos caminando del Jardín inglés, un parque en Munich que tiene un Biergarten (espacio destinado al puro tomado de la chela) en forma de pagoda. Llegué, tomé una charola, escogí la salchicha más grande que encontré para cenar, tomé un litro de cerveza de trigo y me dirigí a pagar. Me acerqué triunfante saludando en alemán a la cajera y me dijo cuánto debía. Sólo entonces noté que se me había olvidado algo importante… busqué en mis pantalones (que ahora sí había llevado) y en mi chamarra, pero no. Yo había olvidado la cartera. La cajera, que me confesó que era su primer día, estaba tan contrariada como yo. “¿Por qué no le dices a tus amigos que te presten dinero?”, me dijo. “¡Porque no tengo amigos!”, respondí, en una frase que seguramente se oyó más triste de lo que en realidad era. Tuve que dejar mi comida, caminar a mi Airnbnb (donde estaba mi cartera) y regresar al Biergarten.
Ya no había salchichas cuando regresé. Me-car-ga-el-pa-ya-so.
A estas alturas ya debería yo haber aprendido, ¿no?... Pues no.
La semana pasada hice turismo de vacunación. Espero que no me subas, cual Pepillo Origel, a redes. Estuve en Miami. Recibí la segunda dosis de la vacuna por la mañana y, para cambiarle a las actividades, fui a un partido de béisbol. Salí del partido, tomé un Uber, me quedé dormida y me despertó mi compañero de equipo un par de cuadras antes. Bajé adormilada, cerré la puerta del auto y, cuando llegamos a la recepción, noté que me faltaba algo. Nada en los pantalones, nada en mi bolsa, nada en mi mano. “¡Mi cartera! No encuentro mi cartera!”. Estuve a punto de caer en pánico, pero mi portero favorito, a quien le dolía la cabeza como efecto secundario de la vacuna, me dijo que me calmara. Tomé aire e imaginé el peor escenario. Para mi fortuna, mis documentos migratorios estaban en mi bolsa. Salir de Estados Unidos, sí podía. ¿Tarjetas? Las cancelo. ¿Identificaciones? Las renuevo (¿todavía habría licencias que no tuvieran que renovarse en mi estado natal? Quién sabe). El problema era que había una suma considerable de dólares en mi cartera. Ya valió, quien sea que la abriera, podía ganar dinero fácil.
El Uber no respondía a nuestros llamados, así que: a regresar al estadio. Murphy me odió esa tarde porque empezó a caer el segundo diluvio universal. Mi transporte no podía dejarnos en la puerta, así que desde la esquina corrimos. Él en chanclas, yo mojándome sin traer pantalón o zapatos extra en la maleta, porque era mejor viajar ligero (not). Llegamos hechos una sopa. “Sir, madam, la entrada es por EL OTRO LADO del estadio”. Maldita sea: otro sprint por la lluvia. Muy amable, el personal nos dejó ir hasta nuestros asientos. Nada de nada. Dejamos un número de teléfono sin mucha esperanza.
Justo cuando pedimos otro transporte en línea de regreso, recibimos la llamada del conductor que nos había llevado al hotel en un primer momento: “Hola, aquí tengo su cartera. La encontraron unos ecuatorianos y vi que Uber me había contactado. Estoy afuera del hotel”. Por poco y me echo a chillar de la emoción. Le solicitamos al chofer que se llevara unos dólares de mi cartera como recompensa antes de dejarla en la recepción.
En todo este ínter llegó nuestro Uber nuevo al estadio. Por fin, ¡el carro que me llevaría directo a mi cartera y a la cama que tanto me hacía falta después de una semana de lo más intensa! El conductor se detuvo en la esquina contraria y... se llevó a los pasajeros equivocados. Corrimos para hacerle señas. Al bajar de la banqueta, caímos con muy poca elegancia en un charco. La esperanza de que mis tenis se secaran aunque estuviera hecha una sopa se hundió en el agua sucia. El Uber se fue con sus pasajeros erróneos y en ese momento llegó otro carro del mismo color blanco: el transporte verdadero de los que se habían ido. El conductor salió y nos hizo señas, le dijimos que nosotros no éramos los indicados. Afortunadamente, nuestro transporte nos avisó por mensaje que le daría la vuelta a la manzana para recogernos y dejar a sus clientes falsos. Mientras esperábamos, la lluvia aligeró. Algo de paz. Y en medio de la paz: "FUCK YOU!!!!!!" Una mujer se peleaba a gritos con su novio, quien, aparentemente, había aventado algo de valor en medio de los arbustos que había en la banqueta. La mujer no dejaba de despepitar insultos a diestra y siniestra mientas buscaba el objeto preciado con la lámpara del celular. No supe el desenlace de esos dos, porque por fin pude subir al Uber que me llevó sin contratiempos al hotel y a una cama caliente.
¿Cuál es la moraleja de todo esto? ¡Confíame tus textos… pero nunca tus pantalones!
*Una reflexión 💭*
La pandemia estará, pero los viejos seguirán bromenado, viviendo y jugando dominó
Espero haberte hecho reír un poquito, sobre todo en medio de un año que se siente extraño. Parece que ya estamos afuera del huracán, pero no del todo. Viajar, aunque fuera por un par de días, lo sentí exquisito.
Especialmente porque la mayor parte del tiempo estuve al aire libre en una tierra donde muchísima gente ya está completamente vacunada. Fue bueno para mis ánimos, fue como ver la luz al final del túnel.
Sí, las cosas van a cambiar para siempre, pero allá afuera seguirá habiendo seres humanos y, en unos meses, más pronto que tarde, podremos volver a viajar sin sentir que estamos incurriendo en pecado mortal. O para los que no tengan formación religiosa, sin sentir que vamos a contagiar a algún ser querido o a nosotros mismos. Que nos quede pensar que la vida no es para sufrir (y que eso me sirva para pensar en el caparazón).
P.D
Como Facebook prometió desde sus buenos tiempos, este newsletter SIEMPRE será gratis. Pero el trabajo creativo no deja de ser trabajo. Así que te dejo este link por si quieres invitarme un cafecito, con la promesa de un día tomárnoslo en la misma mesa, y animarme a seguir con este proyecto y extenderlo a otros lares.
¡Hasta el próximo pinche miércoles!
Con cariño libre de virus,
J. McNamara, aka Geeknifer.
Puedes ponerte en contacto conmigo por Instagram, Facebook, Goodreads, Twitter y LinkedIn.
Por favor, no olvides darme tus ideas y opiniones sobre esta carta respondiendo a este mail, también lo puedes reenviar.
¿Me ayudas? Dile a un amigo y a un enemigo que se suscriban aquí: https://tinyletter.com/Geeknifer