No sólo las personas son tóxicas, eh
El trabajo es como tu relación amorosa: Si te está haciendo más mal que bien, Por favor, ya déjalo.
Esta regla aplica, en realidad, para cualquier cosa: no sólo el trabajo o nuestras relaciones amorosas, sino para nuestras amistades (o supuestas amistades), las escuelas en las que estudiamos, los lugares que habitamos, las cosas que hacemos.
Hay patanes y patanas en la vida Y, a veces, no sólo son nos da por enamorarnos de personas tóxicas, sino que caemos en las garras de experiencias que odiamos y nos hacen mal.
El trabajo es una de estas cosas. A mí me da gusto que cada vez más permee la cultura de salud mental y equilibrio entre lo laboral y lo personal. Afortunadamente, hoy trabajo en una empresa que impulsa esto, todavía más en mi área, en la que casi todos somos de millennials a personas más jóvenes.
Espero que en esta mitad de semana estés en un lugar que te permita ser feliz y que encuentres el equilibrio que todas las personas nos merecemos. Si no, respira profundo y desconéctate unos minutos, aquí tengo con qué:
*Una rolita 🎵*
Like I Used To - Sharon Van Etten y Angel Olsen
¿No te parece glorioso cuando sus artistas favoritos sacan algún sencillo colaborando? Eso me pasó esta semana.
Aunque presenten una infinidad de problemas, especialmente algunos grandes bemoles para los artistas, soy partidaria de las plataformas digitales de música. Cuando era más joven tenía yo que buscar nuevas canciones en las profundidades del Internet. Encontrar música que nunca hubiera escuchado representaba invertir horas a todo un proceso: Meterme a blogs sobre música, leer acerca de algún álbum que llamara mi atención, averiguar si podía escuchar una canción del disco en algún lugar (como YouTube) y, finalmente, cometer un ciberdelito bajándome el disco de manera ilegal.
Hoy las cosas son más fáciles y legales: todas las plataformas digitales te recomiendan música basada en tus gustos gracias a un sabio algoritmo.
Gracias a mi medio usual para escuchar música me enteré de que Sharon van Etten y Angel Olsen sacaron un sencillo juntas. Este par de mujeres demuestran cómo los artistas siempre se verán impactados e impulsados por los lugares y experiencias que viven.
Van Etten nació en 1981, en New Jersey, pero pronto en la vida se mudó a Tennessee, de ahí que su estilo tenga dejos de country. Su formación musical empezó en un coro antes que con un instrumento (aunque aprendió a tocar el clarinete, el violín, el piano y acabó enamorándose de su guitarra). Trabajó de mesera y de sommelier, vendía sus discos desde su página web, cada uno de ellos pintados a mano con algunas canciones. Para 2009, la mujer lanzó su primer álbum distribuido en todo Estados Unidos. A partir de ahí, su carrera despegó exponencialmente. Vaya, si viste la serie OA en Netflix, ella hace el personaje de Rachel y una de sus canciones apareció en la serie de Amazon The Man in the High Castle.
Mientras, Olsen, nacida en 1987, creció en Missouri, con una familia adoptiva. Sus padres eran mucho más grandes que ella y esto influye en su estilo: le gustaba la música de los años cincuenta. Si bien quiso ser artista pop por un breve periodo en su adolescencia, pronto empezó a atender a conciertos de punk y de rock cristiano. Para los 16, estaba convencida de hacer su propia música. Dos años después de terminar la prepa se mudó a Chicago, desde donde su carrera sólo ha ido ascendiendo.
Tiene mucho sentido que hagan una colaboración estas mujeres porque ambas tienen voces de ángel, melodiosas y versátiles: pueden ir de lo agudo a lo grave en la misma canción y sus rolitas en solitario siempre me han parecido parte de un concierto íntimo.
Tooodo esto para decir que "Like I Used To" es un culmen de la madurez de las carreras de estas dos chicas. Buena para acordarse de tiempos lindos y tener esperanza por el futuro. Aquí también te dejo el video.
*Un producto 🔮*
Decía yo que las plataformas de streaming también tienen su problemas. El algoritmo nos hace descubrir música nueva pero siempre dentro de ciertos parámetros.Y como hace mucho que no recomiendo un producto, hoy te quiero contar de una medio que trata de luchar contra el sistema... entablando otro tipo de sistema.
Contaba yo, para la rolita de esta semana, que uno de los grandes problemas que tienen las plataformas de streaming es que nos hacen creer en una falsa democracia. Aquellos que piensan que el Internet permite que el conocimiento (o el arte o la música) se reparta por igual, se niegan a ver que sigue habiendo fuerzas que impulsan lo que se consume más. Pero bueno, no queremos aquí hacer teoría crítica, sino hablar de un producto muy entretenido.
Forgotify es un sitio que escoge canciones de manera aleatoria, tomadas de Spotify, que nunca han sido reproducidas. Para que nos demos una idea, 4 millones de canciones dentro de la plataforma jamás han sido escuchadas, eso es el 20 por ciento de todo el catálogo de Spotify.
Por supuesto, vale la pena para escuchar rarezas. Aunque lamento decir que esto no incrementará las regalías de artistas desconocidos, puesto que estas se basan en número de reproducciones. Lo que sí hace Forgotify es demostrarnos que hay miles de artistas enmudecidos y cuya música puede volver a la vida gracias a nuestros oídos.
*Una minificción🖋️*
Ahí, en un café de los portales, un chico más decidió cortar conmigo. Lo escuché sin prestarle demasiada atención, lo quería, me dolía, pero no me sorprendía lo que estaba pasando “Es que nunca tienes tiempo”... “Es que no confías en mí”, oí que decía. Yo sólo pensaba que no había sido casualidad. Siempre me pasaba lo mismo. Todas las desgracias de mi existencia ocurrían cerca de un templo.
Odio las iglesias. Especialmente la más grande de aquí. La señora Catedral. Parada obligada de los turistas, yo la evitaba cada que podía. Desde niña me parecía un lugar de lo más lúgubre, repleto de cuadros oscuros y figuras de mártires y cristos sufriendo. Para mi pésima suerte, era al único lugar a donde las monjas nos llevaban de visita frecuentemente. Me moría de envidia cuando sabía que a mis amigos de la cuadra los llevaban a museos, a fábricas, a otras ciudades. A mí, si bien me iba, me llevaban al DF, pero no al Museo de Antropología, a la Ciudad de los Niños, o a la Casa Azul, no: a mí me arrastraban a la Basílica.
Tengo que ser honesta. Mi pelea contra las iglesias inició cuando yo estaba en cuarto de primaria, tenía 10 años. Nos habían llevado oootra vez a la Catedral. Por supuesto, a estas alturas ya sabía todo de ella. Sabía que el altar más grande era de los Reyes Católicos, hasta adelante. Sabía a qué estaba consagrada cada capilla: Después de la de San Pedro, estaba la de la Virgen de Guadalupe y, junto, está la del Sagrado Corazón de María, luego la de la Inmaculada Concepción… y así, la visita cultural era volver a ese lugar aburrido.
Pero esa visita fue un parteaguas en mi vida. Mis compañeros y yo estábamos sentados en las bancas, tomando un descanso, haciendo como que rezábamos. Yo no sabía para qué, nada más me quería salir de ahí. Quizá todavía me alcanzaba dinero para comprar un globo en el zócalo. Vi hacia el techo, a las cúpulas, cuando los candelabros empezaron a balancearse de un lado para el otro. Primero creí que estaba viendo mal, me tallé los ojos y en un parpadeo aparecieron grietas en el techo, la piedra se cuarteó. Oí algunos gritos. Yo nunca había vivido un sismo. Esa fue mi primera vez. “Está temblando”, dijeron varias monjas. Nos instaron a levantarnos y en fila india seguimos las sotanas.
Recuerdo muy bien que mientras avanzaba volteé hacia atrás. Vi cómo cayó un pedestal con una figura de Jesucristo encima. Hasta la fecha recuerdo a Jesús ensangrentado en el suelo, como pidiéndome ayuda. Juro que recuerdo que alguien gritó: “Muévela”. Quise regresarme pero no podía salirme de la fila. “Muévela”, volvió a gritar alguien. Se me quedó grabada la petición. ¿Quién en su sano juicio habría gritado eso cuando estaba ocurriendo un terremoto? Nunca lo supe. Lo que sí me quedó claro es que una parte del techo le cayó encima a Jesucristo y yo no hice nada. Desde entonces, las desgracias de mi vida suceden a metros de un templo. Esto no se lo digo a nadie, pero también, cada vez que piso el atrio de la Catedral, siento que una sombra me sigue. No sé si es una sombra de verdad o sólo la sensación de tener una sombra detrás.
Mis novios siempre me terminan en el centro, donde hay más iglesias. Me asaltaron atrás de la Catedral. Mis familiares se internan en hospitales a la vuelta de un templo. No era coincidencia.
Sin embargo, aquella tarde, luego de que mi última relación terminara, empezó a llover. Como por inercia, por masoquismo, fui caminando hasta el atrio resguardado por figuras de ángeles y, al entrar, otra vez sentí la sombra detrás de mí.
Sólo que esta ocasión fue distinta. No podía ser. ¡Mi suerte! La Puerta del Perdón estaba abierta de par en par. Dicen los que saben, que si pasas por ahí, obtienes indulgencia. Es decir, perdonada quedas, por todos tus pecados. Nada más por no dejar, atravesé la puerta y me interné en la iglesia. Caminé y me senté en una banca, hasta adelante, ahí, junto a la Capilla de Nuestra Señora de la Soledad. Tenía todo el sentido que estuviera ahí, después de lo ocurrido con mi ex. Estaba a sólo unos metros de donde se había caído la figura de Jesucristo cuando yo tenía 10 años. En el silencio, pensé: Todas estas cosas malas que me pasan, ¿serán en serio mala suerte o que yo me negaba a ver que existía siempre con la mente en otro lado? Me eché a llorar y escuché el murmullo de la lluvia a través de los vitrales. Detuve mis lágrimas porque me percaté de algo inusual: ya no sentí ninguna sombra siguiéndome, esperándome en el atrio. Me levanté y sonreí, ahí, sola, como una loca. Salí a mojarme y me entretuve pateando una lata de Coca-cola que llevé hasta afuera del atrio.
Volví a llegar a los portales, ahí a donde me cortaban. Estaba empapada. Me senté en la mesa de afuera del mismo café que hacía unas horas, pedí un moka más y me quedé viendo la lluvia, que cedía.
De pronto, alguien tocó mi hombro. Era un muchacho que me ofreció una sudadera. Su sonrisa me pareció excelsa. No podía ser coincidencia tampoco eso. Yo estaba perdonada. Así, sintiéndome en paz, invité al extraño:
—Siéntate, te invito un café —dije, dándole entrada, tras años, a la buena suerte.
*Una reflexión 💭*
Oh, cafeína
Hubo una temporada de mi vida donde fui muy infeliz. Esto se debió a que trabajaba yo en algo que odiaba con personas que dedicaban buena parte de sus horas laborales a pelearse entre ellas.
Nadie merece ser miserable en su trabajo. De acuerdo con cifras de la OCDE, los mexicanos nos pasamos. Trabajamos 2,255 horas al año, más que cualquier otro país miembro. Y cada vez oigo más personas a mi alrededor que no disfrutan lo que hacen.
Los trabajos tóxicos no son muy diferentes de las personas tóxicas, simplemente ponte a pensar: ¿tu trabajo es controlador?, ¿te sientes seguro hablando de tu vida personal y sacando tus emociones en él?, ¿sientes que tu jefe y compañeros te apoyan?, ¿tienes tiempo para tener vida fuera del trabajo?, ¿te sientes mejor persona trabajando donde estás? Si la respuesta a estas preguntas fue “no”, ten mucho cuidado. Lo digo porque yo he estado ahí y no se lo recomiendo ni deseo a nadie. Mi mejor idea fue renunciar al lugar donde fui infeliz. Ganaba yo menos dinero, sí, pero vivía tranquila.
Claro, encontrar chamba en estos tiempos no es fácil, pero a veces nos da miedo empezar a buscarla. Nos da pavor caminar hacia la salida: mandar un CV a otra empresa, nos da miedo emprender el negocio de nuestros sueños o vivir del freelance. La vida laboral no es fácil pero tampoco debería ser un suplicio y esto merece nuestra valentía.
En esta pausa de mitad de semana, tómate un respiro y date tiempo para ti. El exceso de labores nunca nos hará mejores personas.
P.D
Como Facebook prometió desde sus buenos tiempos, este newsletter SIEMPRE será gratis. Pero el trabajo creativo no deja de ser trabajo. Así que te dejo este link por si quieres invitarme un cafecito, con la promesa de un día tomárnoslo en la misma mesa, y animarme a seguir con este proyecto y extenderlo a otros lares.
¡Hasta el próximo miércoles!
Con cariño libre de virus,
J. McNamara, aka Geeknifer.
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