No eres lo que comes: eres lo que escuchas
La música expresa todo a aquello Que no puede decirse con palabras Pero que no se puede quedar en silencio
Víctor Hugo (a quien le hubiera encantado el musical de Los Miserables)
Piensa en la última canción que no te podías sacar de la cabeza. ¿Era la letra? ¿La melodía? ¿O no te pasa que hay una parte de una canción, de tan sólo unos segundos, que necesitas volver a escuchar una y otra vez porque te parece la cosa más maravillosa jamás creada?
Yo no sé qué clase de brujería pasó, porque justo en esta edición donde quiero hablar mucho de música, mi principal proveedor decidió morir: Spotify. Tengo mis medios alternativos (sí, sí son legales), afortunadamente las cosas parecen estar de regreso para dejarte los vínculos a lo que quiero compartirte hoy.
Si usas Spotify, sabrás que se acerca la temporada en que el servicio te recuerde qué fue lo que escuchaste en el año. Me encantan estas listas generadas automáticamente porque cada canción representa algo vivido, que sólo a ti te hace sentido: Una canción para un baile. La canción de cuando decidí cambiar de trabajo. La canción que baila una minina. Y así, infinidad de estampas que tienen una banda sonora detrás.
Espero que para leer esta cartita estés oyendo algo de música, relájate y vamos.
*Unos libros 📖*
Uno entre un millón - Mónica Wood
Hoy se conmemora el día de los récord Guinness y tengo el libro perfecto para ello. No, no es el libro que funciona a manera de compendio de los récords, sino un volumen llamado Uno entre un millón, escrito por Mónica Wood.
Este libro empieza con una tragedia: sabemos que un niño fallece. Uno obsesionado con los récord Guinness que ha desarrollado una amistad con una señora proveniente de Lituania que tiene 104 años. Este peculiar escuincle no parece ser muy sociable, pero le gusta pensar en las cosas más extraordinarias que pueden hacer los seres humanos. Y, de a poco, se gana la confianza de esta inmigrante y le devuelve las ganas de ver con nuevos ojos el entorno.
El gran valor de esta novela es cómo, a través de una gran tragedia infantil, se habla del desarrollo de personajes adultos y cómo ellos se reencuentran con sí mismos y reconstruyen eso que llaman “familia” y "humanidad". Lo consigues acá.
Música y coexistencia - Osseily Hanna
Este año he visto la película Titanic más de lo que consideraría sano. Algo necesita una de fondo para hacer ejercicio y, además, es un graaan filme. Total, que una de las escenas más conmovedoras es la de los músicos que se quedan tocando hasta el final, escena que pasó en realidad. En medio de la tragedia ellos promueven algo de esperanza. Algo humano, algo a lo que aspirar.
Música y coexistencia es un viaje por el trabajo de varios músicos que, como los del Titanic, hacen un esfuerzo descomunal por llevar la belleza a lugares remotos donde la guerra es el pan de cada día. Aún no lo termino, pues es una colección de varios ensayos, pero lo que llevo me parece grandioso porque este libro desafía la idea de que el arte es completamente inútil. Que, a ver, lo es un poco: ¿cuál es el propósito de escuchar música? En realidad, ninguno más allá del placer. Y eso también tiene lo suyo.
La cosa es que Música y coexistencia es un viaje por lo importante que son los músicos para sus comunidades y cómo su arte a veces, si no nos vuelve mejores personas, al menos transforma los acontecimientos terribles que por momentos nos toca vivir. Estoy haciendo una lista de reproducción mientras leo, puedes escuchar la música citada en los ensayos acá. El libro lo compras aquí.
*Una película 🎥*
Hay artistas que mueren sin alcanzar fama mundial. Me parece triste cuando esto sucede con personas que tienen mucho talento. Pero me parece todavía más triste cuando un artista fallece sin saber que será exitoso en algún lado, o en el mundo entero, si a esas vamos (pregúntemosle a Van Gogh, por ejemplo).
Bueno, Buscando a Sugar Man empieza en Sudáfrica. Allá, en un continente que a los americanos nos parece remoto, una generación tomó de estandarte la música de cierto artista estadounidense. Su lucha está enmarcada por canciones de letras poderosas, que incluso podrían recordar un poco a la poesía de Bob Dylan. Pero con una voz diametralmente mejor.
¿Qué ha sido de ese hombre? Quién sabe. Es un gringo desconocido.
Este documental explica lo importante que se vuelven un par de discos de vinilo en esta generación de sudafricanos, el genial artista que está detrás de semejante música y, claro, si es que es posible encontrar un artista en el retiro que, pese a su talento, nunca fue el gran hit en su país.
La puedes rentar y ver completa en YouTube aquí.
*Una rolita 🎵*
Hablando de la película anterior, el artista Sixto Rodríguez es maravilloso. No me extraña que haya inspirado a toda Sudáfrica. Los dos discos de Rodríguez son una joya. Sí, son poéticos, pero agradables de escuchar.
La base es una guitarra y los arreglos de ambos álbumes (los únicos que se produjeron) están meticulosamente supervisados. Sin mencionar que la voz aterciopelada de este hombre es su complemento perfecto.
Aprovechando que se acerca la Navidad, te recomiendo escuchar “Cause” aquí. Una cosa triste, pero también muy hermosa.
*Un cuento 🖋️*
Esta es la segunda parte de El Tubo, para leer la primera parte, da clic aquí.
Rendirme no era mi estilo. Pensé que necesitaría más personas apoyando mi causa. Traté de convencer a los vecinos que conocía en mi edificio para manifestarnos y así ejercer presión para detener la construcción que casi tapaba mis crestas nevadas. Si mi oficio al municipio no era suficiente, mandaríamos decenas de ellos, enviaríamos también uno grupal que indicara que el ruido era molesto, que requeríamos de nuestra gran vista para disfrutar una mayor calidad de vida.
Mi trabajo como profesora me permitía llegar temprano a casa y tratar de ganarme a los vecinos. No tuve éxito. Sólo una pareja de ancianos decidió apoyarme y mandaron un texto a la cabecera municipal que, obviamente, no recibió respuesta. Luego traté de juntar firmas y las 20 que pude obtener (incluyendo las del personal de intendencia) no me fueron suficientes.
Los días pasaron y la torre fue haciéndose más y más grande. Desde la calle tenía que apoyar mi nuca en la espalda para alcanzar a ver la cima en obra negra. Era lo único que cambiaba: el tamaño de la construcción. Hasta que cierto día, mientras caminaba a la escuela, descubrí que la barda que protegía el terreno del Tubo tenía una manta publicitaria. Era completamente morada y, en el centro, con letras mayúsculas y blancas se leía: “LA SALVACIÓN ESTÁ AQUÍ”.
Impartí las clases como una especie de robot que repitiera una lección aprendida de memoria, no era la manera en la que yo solía trabajar, pero no dejaba de pensar en segundo plano en todo lo que yo sabía sobre la salvación. El término me era familiar porque mi abuela había sido novicia un tiempo y durante toda su vida trató de que sus hijos, y luego sus nietos, se abocaran a ser algo más creyentes. ¿No se suponía que Cristo ya se había sacrificado y, por tanto, había salvado a toda la humanidad? Hacía mucho que no pensaba en eso y no me cuadraba que una iglesia necesitara un gran tubo de concreto para redimirnos. ¿Cómo una máquina podía salvar almas? El bigotón que me había atendido en el ayuntamiento había indicado claramente que se trataba de una especie de artilugio, más que de una iglesia. ¿Qué clase de templo requería algo así?
Regresé a mi casa casi corriendo. Sólo levanté la cabeza del piso para ver el letrero color púrpura. No me detuve hasta que entré en mi departamento. Encendí la computadora y busqué “la salvación está aquí” en Internet. No encontré nada que no estuviera relacionado con canciones cristianas: letras, tablaturas, tutoriales en YouTube para tocar. Luego busqué “iglesia cientificista” y sólo hallé corrientes cristianas que trataban de respetar, de una manera que yo no comprendía del todo, la evidencia de varias teorías polémicas para la religión: “Adán y Eva, ¿el eslabón perdido?”, “El gran estornudo divino: el Big Bang”.
Estaba a punto de apagar la computadora cuando apareció una imagen muy parecida a la que me obsesionaba: “Salvation is here” decía una manta púrpura en una fotografía de un periódico de Wisconsin. La nota hacía constar que El Tubo era financiado por un magnate secreto e informaba que ya había contratos para erigir grandes torres huecas por todo el mundo. De acuerdo con fuentes protegidas, explicaba la noticia, la máquina llevaría a la humanidad a un nuevo estado de consciencia mediante la tecnología.
Aún noqueada por la información, vi hacia la ventana. Los trabajadores del tubo no se detenían y por el efecto óptico, parecía que los albañiles fueran alpinistas en la parte más alta de la montaña. Ahora mi volcán estaría atravesado por un tubo gris de concreto revestido de dios sabría qué, porque ya habían empezado otros trabajadores, desde abajo, a cubrirlo de un material negro brillante.
Busqué el control de la televisión y cuando traté de encenderla, descubrí que ya no tenía pila. Así estaba mi relación con la tecnología en ese momento.
***
Poco después, el secreto se fue por un tubo. Literalmente. Lo supe cuando un día, navegando por Internet, apareció en mi muro de Facebook un anuncio violeta con la leyenda que ya conocía: LA SALVACIÓN ESTÁ AQUÍ. Inmediatamente le di like a la página, que a su vez remitía a una web de color púrpura. La página contenía imágenes de los tubos completados, enormes torres negras, brillantes. Una foto llamó mi atención: era un gran tubo justo en medio de dos volcanes, el sol lo acariciaba y la pared oscura hacía que la luz se difuminara en todas direcciones. Era una construcción impresionante. Era la construcción que tenía justo en frente de mi ventanal. La odié.
Sin embargo, prácticamente no había información. Sólo había un párrafo con letras mayúsculas que decía:
“LA HUMANIDAD HA ALCANZADO UN NUEVO HORIZONTE. GRACIAS A LA TECNOLOGÍA Y A UN DESCUBRIMIENTO CIENTÍFICO, PODREMOS DESPEGAR HACIA EL LUGAR QUE NOS MERECEMOS. SALTAREMOS HACIA EL NUEVO MUNDO QUE NOS ESPERA”.
Luego, en letras pequeñas, aparecía lo siguiente:
“Si usted está interesando en invertir con nosotros, comuníquese vía correo electrónico a salvation@here.com”.
Decidí cambiar mi configuración de Facebook para que las publicaciones de “LA SALVACIÓN ESTÁ AQUÍ” llegaran primero en mi perfil. Pronto ni siquiera necesité de ella. La sección de negocios en los noticieros y los periódicos, que volví a consultar rutinariamente, incluía cómo las acciones de “La salvación” se elevaban en la bolsa. Mis conocidos compartían entrevistas de expertos que analizaban El Tubo. Fotos de El Tubo. Memes de El Tubo. Muchos grandes empresarios tenían esperanza en la inversión: Elon Musk, Jeff Bezos, hasta Carlos Slim. Anunciaban que serían los primeros en la fila para usarlo. Supe que la cosa era una locura económica cuando leí que todo un pueblo cerca de Florida invertía en el Tubo mediante Bitcoins. La gente pagaba grandes sumas de dinero para entrar en el Tubo en preventa. A mí me llegó una invitación por 70 mil pesos, no había meses sin intereses.
Me asomé por la ventana y vi la luz crepuscular esparcida por todo el cielo gracias a El Tubo. Esa cosa parecía lista. Por el ángulo desde el que estaba yo, la construcción no quedaba en medio de los volcanes, sino casi a mitad de uno. Me pareció sumamente triste. Nunca me había sentido así. Me dieron ganas de morir.
La semana siguiente empezó con la aparición de un video animado que explicaba cómo actuaba El Tubo. La construcción con revestimiento negro funcionaría como una especie de portal a una dimensión mayor, distinta, a un lugar mejor que este. La base del tubo tendría un gran ventilador abajo. El video usaba términos que yo no comprendía del todo: partículas, cuantos, desintegración, masa. Pero la animación era muy clara: el modelo de humano era lanzado hasta la punta del tubo, donde se desintegraría, apareciendo en una nueva dimensión descubierta hace años pero mantenida en secreto. El cuerpo ahí sería innecesario. La Tierra ya no era imperativa cuando los científicos habían encontrado un plano de existencia en donde todo era mejor. El Tubo: avalado por el MIT. El Tubo: el siguiente paso en la evolución. Era como si los que estuvieran detrás vendieran la idea de convertirnos en ángeles. Prometían energía inagotable, vivienda para toda la humanidad. No prometían volcanes, ni una cama donde dormir plácidamente… y tampoco prometieron vida. Pese a la falta de cuerpo, estaba clara la venta: Prometían recursos.
La gente estaba entusiasmada con las entrevistas a expertos y gente famosa, otros con la exploración de un mundo extraño. La pareja de ancianos que me había ayudado con el oficio al ayuntamiento me abordó un día en el elevador y no dejaron de hablar de la nueva posibilidad que habían adquirido. Mis alumnos me mostraban en sus celulares el pase a El Tubo, como si tuvieran acceso a la premier de su existencia.
Puse los ojos en blanco cuando Donald Trump se convirtió en noticia subiendo un video a su Twitter anunciando que sería el primer político en entrar por el portal. Tras él, muchos siguieron. En distintos países se volvió discusión si se necesitarían nuevas elecciones, sobre todo cuando buena parte de su población ya había adquirido boleto para pasar a la siguiente dimensión. ¿Los que no pudieran pagarlo? Podrían quedarse en la Tierra pagando a plazos hasta que llegaran a cubrir el costo del pase. Admiré el uso de la mercadotecnia por parte de El Tubo. Los que necesitaban una justificación religiosa, la tenían; los que necesitaban una excusa económica, la tenían; grupos ecologistas también se lanzaron a apoyar un método para salvar la Tierra.
Me negué a adquirir nada. Los anuncios hablaban de teorías comprobadas, pero la gente que había estado envuelta en los experimentos de El Tubo no podía contactarnos. Tendría que ver todo con mis propios ojos.
Grité maldiciendo por la ventana, como una loca, cuando apareció la fecha en la que todo empezaría con mi cilindro negro: 25 de diciembre. Era Navidad. Era mi cumpleaños.
Continuará...
*Una reflexión 💭*
Supongo que sería medio estúpido confesar en este espacio que me gusta escribir. Lo que sí podría ser revelador es decir que la literatura no es el arte que más disfruto. Puedo decir, sin temor a equivocarme, que las letras me ayudan a sacar lo que traigo dentro, a explicar lo que me revuela la cabeza y, sí, también es mi manera de querer.
Con todo, la música es mi consentida porque no hay día en que una canción no despierte mi capacidad de asombro. Es un lenguaje extraño que, sin palabras, puede decir cosas incomprensibles para la cabeza y completamente coherentes para el corazón.
Soy lo que escucho. Al final, el arte es íntimo y creo que no hay cosa que se acerque más a lo que somos que la canción que tenemos en repeat un par de días, el álbum con el que nos echamos a llorar una y otra vez, o el artista cuyas canciones nos hacen desconectarnos del mundo y pensar en castillos, en galaxias, en una dimensión brillante.
La música está ahí para abrazarnos y que veamos la existencia mejorada, con sus colores, sus formas, sus aromas y, por supuesto, con la vibración que se esconde en cada melodía que amamos.
Espero que tu miércoles esté lleno de música.
Esta carta está especialmente dedicada a Flor, una compositora que cumplió años recientemente y que tiene siempre una respuesta para mis escritos y una recomendación musical bajo la manga. Feliz cumpleaños y gracias por estar acá desde el día uno.
P.D
Como Facebook prometió desde sus buenos tiempos, este newsletter SIEMPRE será gratis. Pero el trabajo creativo no deja de ser trabajo. Así que te dejo este link por si quieres invitarme un cafecito, con la promesa de un día tomárnoslo en la misma mesa, y animarme a seguir con este proyecto y extenderlo a otros lares.
¡Hasta el próximo miércoles!
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Con cariño libre de virus,
J. McNamara, aka Geeknifer.
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