La verdad sobre el miércoles
El miércoles no existimos.
Esa fue la conclusión de un exalumno y excompañero mío sobre este día. Este chico, un ser muy inteligente al que le di clases de Español e Historia sólo un par de semanas, me platicaba que empezó a trabajar justo un miércoles y para él eran imperceptibles porque son una probadita de lo que es no existir: estudiaba, trabajaba, regresaba a casa. Se me hizo una definición muy poética como para no incluirla en la introducción hoy.
Este mensaje llega los miércoles, en parte, porque creo en la mitad de las cosas, en el camino antes de alcanzar la meta; pero ahora tengo otra razón más para enviarlo hoy: es, efectivamente, un día en el que podemos ser consumidos por la rutina, uno que no percibimos y, todavía más grave, en el que no nos percibimos. No olvides que la semana dura siete días y que hay que aprovecharla entera. Y que, a pesar de que los lunes pueden parecer más inspiradores por la página en blanco, la mitad de la semana sigue siendo un día en el que pasa un gran milagro: estamos vivos.
...Tal vez digo esto porque todavía traigo el hype de ver Soul, de Disney Pixar.
*Una serie 🎥*
The Playbook
Si tuviera que elegir mi género favorito de los servicios de streaming, rápidamente diría: las docuseries. Desde chiquita me gustan los documentales, pero ahora en mi vida adulta me emociona ver formatos distintos y temas rarísimos para conocer el mundo.
Ahora, les cuento que sigo profundamente triste porque el único deporte que sigo con ahínco es el futbol americano. Oh, ¡el horror! Soy fan de los Green Bay Packers 💚💛. Si no saben lo que ocurrió el domingo, en resumidas cuentas: perdieron. Y perdieron gacho.
El deporte como tal, no importando cuál sea, tiene mil y un cosas que enseñarnos. Esta docuserie de Netflix se llama The Playbook. Son entrevistas de media hora con distintos entrenadores famosos. Poco hablan de tácticas deportivas per se, sino de cuáles son sus filosofías dentro y fuera de la cancha.
Saco a colación esta serie porque, incluso como fanático, para saborear la victoria, hay que conocer el fracaso. Lo mismo pasa en la vida, el triunfo sabe mejor cuando uno anduvo picando piedra. No desesperes si no ves luz al final del túnel, especialmente en estos tiempos pandémicos: apóyate de tu equipo (tu familia, tus amigos) y ve hacia adelante. La presión, diría cierto entrenador de basket, es un privilegio.
*Un video 🎞️* (y un juego)
Parlez-vous français?
Tengo la fortuna de disfrutar amigos que impiden que me ahogue en las rutinas. El sábado pasado, uno de mis más allegados cuates organizó una partida de juegos de mesa en línea. Tiene unos rarísimos: estuvimos horas jugando algo llamado Wavelength. No voy a ahondar mucho en los detalles de la dinámica (creo que de manera escrita no será tan emocionante), pero en resumen tienes que dar pistas a tu equipo para que adivinen una “frecuencia”.
Las tarjetas que se usan tienen opuestos; por ejemplo: Buena persona vs Mala persona. Dependiendo de la frecuencia que a uno le toque, tendría que dar pistas para que su equipo adivine en dónde está la aguja de la frecuencia. Así, en malísima persona quizá podríamos decir “Hitler” y en súper buena persona “La madre Teresa”. El problema es que la aguja casi siempre cae en medio y entonces tiene uno que decir pistas que le ayuden a darle a esa frecuencia. ¿Alguien bueno pero no tan bueno? Quizá Robin Hood, por ejemplo.
En este ejemplo, los polos son: reemplazable vs irremplazable
Esa frecuencia detrás de la pantalla verde solo la puede ver un miembro del equipo y debe dar pistas para que sus compañeros le den al número 4. ¿Qué podría ser irremplazable pero no taaan irremplazable?
Total, la cosa es que por este juego de pronto nos pusimos a discutir qué fobias son razonables y cuáles no. Surgió el tema de los payasos. Y resulta que uno de mis amigos le tiene cierto temor a los mimos. ¡A mí me fascinan! Se me hacen tremendos artistas que se valen de la imaginación, que no necesitan demasiados aditamentos para hacerte reír o pensar.
Justamente este video musical, del grupo australiano Art vs. Science, cuenta la historia de dos mimos antagonistas. No les cuento en qué acaba, pero me parece de lo más divertido. Independientemente de si la canción les gusta o no, creo que es una historia genial. Y solo son dos seres embadurnados de blanco imaginando cosas. Disfruten.
*Una minificción 🖋️*
Me coloqué lentamente los guantes negros y divisé, al final del pasillo, un huevo dorado iluminado por una lámpara halógena amarillenta. Si no fuera por mis lentes, con visión infrarroja, no habría visto que el corredor estaba repleto de láseres; tocar uno significaba enfrentarme a guardias armados: había que evitarlo a toda costa. Así, como un gato, me arrastré por el suelo para evitar el primer láser: mis manos impulsaron mi delgado cuerpo unos cuantos centímetros antes de ponerme panza arriba. Un mechón de pelo cayó sobre mi ojo derecho, soplé para quitarlo y vi hacia arriba. El techo era infinito, lleno de trémulas luces rojas. Encogí las rodillas hacia mi cuerpo y, como una especie de bailarín, esquivé el segundo láser abriendo las piernas para ponerme en pie; pero no demasiado, si no, mi cabeza tocaría otro haz de luz más que pasaba por encima de mí. Tomé aire, respiré más lento. Me volví a deslizar por el suelo, un par de metros, para después acostarme de lado y, con ayuda de mi mano derecha, impulsarme hacia adelante. Sólo faltaba esquivar un láser, y tuve que dar un verdadero salto de fe, con toda la fuerza de mis piernas, para que mis enemigos no supieran que trataba de robarme su posesión más preciada.
Ya de pie, tomé el preciado huevo dorado, ese que tenía dentro el secreto más grande de Elon Musk: dulces.
Sí, sí. Dulces.
Se encendieron los focos amarillos del pasillo y me deshice de los lentes de sol. Me quitaron los guantes, me revolvieron el cabello. El cuarto se quedó sin láseres y se llenó de estambre rojo pegado de lado a lado de la pared. Vi a mi mamá a los ojos y me aupó con una sonrisa, que yo copié. Levanté mi huevo de plástico pintado de dorado, triunfante. Ambos reímos. Completé su misión.
Ella, mi mamá, no lo sabía en ese momento, pero yo iba a recordar ese día como la noche en que dejé de llorar por extrañar a mis amigos de la guardería y en la que me convertí en espía de película de acción.
*Agradezco a la mamá que me compartió la anécdota en un mensaje de dos líneas, que hoy ha servido de inspiración para contarles este cuentito.
*Una reflexión 💭*
El mismo exalumno que me vino a traer la idea de que los miércoles somos como pobres entidades sin existencia, también me habló de los cambios. Él se acaba de cambiar de trabajo y está contento, pero no deja de desbalancearse por la transformación en su vida.
La pandemia ha sido el momento perfecto para reparar en la impermanencia, en cómo dábamos por sentadas nuestras rutinas y modus vivendi. Los cambios estresan y a veces, incluso, duelen. Pero son lo único que tenemos por seguro. La vida, en ese sentido, da terror; pero en eso también reside una de las grandezas de la humanidad: en afrontar las cosas que parecen más difíciles.
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¡Hasta el próximo miércoles!
Con cariño libre de virus,
J. McNamara aka Geeknifer.
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