¿Hoy sí te hallas?
En la multitud… te encuentras
Hace unos días alguien me hizo una pregunta en serio profunda: “¿Qué ha cambiado tu perspectiva de la vida?”. La respuesta corta, obvia y sin mucho contenido es: “Muchas cosas”. Pero da la casualidad que estas semanas se ha aparecido, casi sin querer, el tema de la Ciudad de México —donde vivo—, el hecho de ser foránea y chilanga adoptada; de haber crecido en un lugar bastante conservador y llevar ya casi seis años viviendo en este monstruo capitalino (te dejo la liga a la carta donde dejé una minificción dedicada a la CDMX).
Mudarme aquí cambió mi perspectiva de la vida porque aprendí no sólo a saberme independiente sino a ejercer como independiente. Aquí es en donde soy más yo, la mera verdad, aquí, en medio del caos, soy feliz. Espero que tú vivas en un lugar que te llene genuinamente de dicha. Vamos con lo de hoy.
*Un libro 📖*
The Museum of Modern Love - Heather Rose
Extraño ir al museo. Pasearme y ver exposiciones... Justo cuando me compro un journal especializado en los museos de la CDMX, para documentar cada visita, el coronavirus aparece. Eso es un adendum en la ley de Murphy.
La semana pasada hablaba con una amiga sobre el aura especial que tienen los hoteles y los aeropuertos. Metería en estos lugares especiales a los museos, que también tienen una vibra única. Son puntos de encuentro donde pasan cosas extrañas, por decir lo menos.
Esta idea la recuperó la novelista y educadora Heather Rose. The Museum of Modern Love gira en torno a una exposición de la que a lo mejor escuchaste en su momento: "The Artist is Present". En 2010, la artista serbia Marina Abramović (conocida como la abuelita del performance) se sentó a lo largo de dos meses (más de 700 horas) en el MoMa, en Nueva York. El performance era simple: Ella llegaba en la mañana, se sentaba en silencio durante todo el horario de apertura del museo y los asistentes podían hacer fila para sentarse frente a ella y pasar el tiempo que decidieran conveniente escudriñando a la artista.
La novela no se trata como tal del performance, sino de la historia de varios personajes que orbitan alrededor de esta exposición. Desde un compositor con el corazón roto, pasando por una turista viuda hasta una locutora en ciernes. Sí, se trata en buena parte sobre el amor y sobre el arte. El libro no tiene desperdicio si te gusta la cultura museística y los problemas cotidianos de las personas que asistimos a las exposiciones.
*Una rolita 🎵*
(me molesta muchísimo que Spotify haya borrado sus códigos)
The Migration Medley: Flight - Afro Celt Sound System
Me emocionan las fusiones raras y la música celta me vuelve loca. Se lo puedes achacar al apellido o a que tengo el oído medio descompuesto, porque considero que las gaitas son una de las creaciones más encantadoras de la humanidad.
Me topé con el grupo Afro Celt Sound System hace muchos años por casualidad. Las nacionalidades de la banda pasan por Inglaterra, Irlanda, Guinea, Senegal e India.
¿Cómo diablos surge una cosa así? Bueno, pues un día el guitarrista inglés Simon Emmerson hizo una colaboración con el senegalés Baaba Mal, que se dedica a hacer afro-pop. En una de esas, durante un palomazo casual, Emmerson se dio cuenta de que algunas canciones africanas tenían un ritmo muy parecido al de los reels tradicionales de Irlanda. Interesado por esto, Emmerson empezó a hacer música que fusionara ambas cosas, juntó una mezcolanza de personas de distintas regiones del globo, algunos de la misma banda de Baaba Mal y le pidió a Peter Gabriel que los dejara grabar en su estudio. El primer disco salió al vapor en 1996 y fue un éxito.
Esta rolita es del último disco de Afro Celt Sound System, Flight. Verán que tiene elementos claramente irlandeses pero con un ritmo no sólo alegre sino casi tribal en algunas partes, nostálgico por momentos. El álbum es una joyita que habla sobre los inmigrantes: un gran tema tanto en Irlanda como en el continente africano. La canción tiene el gran poder de ponerme de buenas, espero te sirva en esta mitad de semana. Yo digo que es la perfecta combinación de ritmo celta con un toquecito de África. La voz de la flautista Ríoghnach Connolly le va muuuy bien (fun fact: aunque no lo creas, el nombre de esta mujer se pronuncia 'Riana').
*Un cuento 🖋️*
Roblocchio
Llegó un día en que Pinocho voló del nido. Dejó de ser un niño de verdad para convertirse en un hombre de verdad. Quiso emular el 'american way of life' y se compró un auto, una linda residencia en un fraccionamiento de prestigio y se casó con una mujer de “buena familia”. Sus suegros nunca supieron que Pinocho alguna vez había sido de madera. Ni siquiera fue necesario mentir… por suerte para él.
Geppetto se sintió solo. A pesar de su andar matusalénico, sus pensamientos necios regresaban a la idea de fabricar una criatura perfecta. ¿Pinocho? Ese niño sólo lo había metido en problemas: su lengua reptiliana nada más sabía decir mentiras y arrastrarse con el engaño. Ahora que Pinocho había sentado cabeza, el juguetero quedó convertido en casi una garra de tela. Además… a Geppetto nunca le gustaron las narices grandes.
El viejo tardó meses en concebir al nuevo ser. La madera era su única compañía y no le preocupaba morir, pues lo haría con una idea grandiosa en la cabeza, moriría triunfante. Había leído en Selecciones que los recién nacidos que escuchaban las voces de sus madres crecían más tranquilos e, incluso, podían seguir los consejos maternos que escucharon en su etapa prenatal. Geppetto le susurraba a la madera y en un estado de cuasitrance: “dirás la verdad, siempre la verdad”, decía.
***
Sus ojos se abrieron lentamente. Parpadeó y movió sus manos: eran de roble, duras; sus articulaciones funcionaron bien; se dio cuenta de que sólo podía respirar por la boca: no tenía nariz. Sus ojos se dirigieron a la televisión. “Continuamos en súper cinema canal cinco con El hombre manos de tijeras”. Tal y como él, el señor Depp había despertado por primera vez, sólo que el actor estaba maquillado de blanco, viéndose las tijeras: su creador había muerto y le había dejado un par de objetos punzocortantes como manos. “¿A quién se le ocurriría eso?”, pensó el niño de madera, que se sentó sobre la mesa de trabajo, desvió la mirada y contempló a Geppetto en el piso, inmóvil y con los ojos desmesuradamente abiertos. Su creador también estaba muerto, pero al menos a él no le habían puesto un picahielos como nariz, ni tenía manos peligrosas.
Se levantó de la mesa en donde estaba para dirigirse a un espejo. Contemplándose, dijo: “Soy un niño muy guapo”. Y sí que lo era, la madera con la que estaba hecho era de calidad, su sonrisa de marfil era proporcionalmente balanceada, su andar parecía el de un niño real, sus ojos eran de un verde intenso que contrastaba con la oscuridad de sus cabellos y su único defecto era no tener nariz, pero esto le confería un aire juguetón.
Enseguida vio los apuntes de su padre sobre una mesa de trabajo. El proyecto por el que él había sido creado se titulaba “Roblocchio”. Haciéndole honor a su difunto padre, decidió dejarse el nombre; aunque en realidad, él hubiera preferido llamarse “Johnny” como el señor Depp, o tal vez “Javier”, como el tipo ése que catafixiaba cosas y que había escuchado, antes de tener ojos, a las seis de la mañana todos los domingos —había oído también que el 27 de diciembre saldría del aire—; definitivamente, habría querido un nombre con jota.
Pero a todo padre y creador amoroso se le debe respeto. Lástima que el suyo se hubiera muerto tan rápido.
Ser de madera tiene sus ventajas, no tenía hambre y jamás tendría que ser interrumpido por necesidades carnales. Mientras no se acercara al fuego, era inmortal. Y aunque era apenas un recién nacido, había aprendido todo del mundo a través de sus orejas: el sonido de la televisión había taladrado sus entrañas y lo convirtió en, casi, un niño de verdad.
A pesar de esta condición, sabía que lo mejor era mantener un perfil bajo. Eso había oído en todas las series policiacas del siete después de las siete. Así que cuando salió a la calle, lo que le pareció lógico fue aparentar que tenía hambre. Casualmente, enfrente de casa de Gepetto había una verdulería. Roblocchio le pidió una manzana al tendero, quien se la negó al pobre niño, que no había sido lo suficientemente listo como para esculcar la cartera de su difunto padre.
Aún con esperanzas, Roblocchio tomó la manzana sin permiso. El tendero lo vio, y preguntó, sin afán de levantar revuelo, sólo para amenazar al ser de madera: “¿Tomaste mi manzana, cabroncito?”. Roblocchio asintió con la cabeza. Por supuesto, ante tal majadería, el tendero tomó al niño de la oreja. “¿Qué dices?”, repitió el verdulero. “Pues eso, que yo tomé la manzana”, respondió el niño.
Empezó el revuelo en la vecindad. El verdulero llevó al niño a que declarara con el ferretero, la costurera y cualquiera que pasara. Como era de esperarse, luego de tres cuadras apareció una patrulla con dos agentes prestos para el servicio comiéndose una torta.
Roblocchio sabía que de alguna manera tenía que zafarse de aquello, pero por más que lo intentó, únicamente pudo decir la verdad: que en realidad no necesitaba comer, que sólo había robado para ser normal, que quería regresar a ver la tele. Se le perdonó verbalmente, pero nadie olvidó su falta.
Dicen aún hoy que Roblocchio vivió solo y que, con el paso del tiempo, después de que Roblocchio atacara a cualquier persona con la pura verdad —“Debería usted bajar de peso”. “¿No cree que debería dejar a su mujer?”. “No te veo futuro como cantante con esa voz tan espantosa”— lo convirtieron en silla.
¿La moraleja?... Pinocho siempre fue más listo.
*Una reflexión 💭*
(mi monstruito favorito)
Esta semana escuché un capítulo del podcast que recomendé: La vida me da acidez. El capítulo se llamaba ‘La Ciudad de México me da acidez’. Inmediatamente quise ver de qué trataba porque no hay mejor cosa que oír a un chilango quejándose de su propio lugar de origen. Lo que no calculé es que el capítulo me haría llorar de emoción. La parte final está poderosamente escrita. Respetos al Señor Santo, su autor.
Se me clavó esto: “Qué bonito es caminar por ésta, nuestra ciudad, por este monstruo que hemos aprendido amar de poco en poco, quizá porque es el único que conocemos, quizá porque es el único que sabe quiénes somos”. Yo no nací en la Ciudad de México, pero he sido más feliz aquí que en cualquier otra parte del mundo. Probablemente porque el día en que salí despavorida de casa de mi madre, ansiando la libertad, mis mayores errores de la vida los cometí aquí, pero también aquí hice las pases con la soledad y la compañía. Aquí me aventuré a bailar en una fiesta, porque nadie sabía que bailaba muy mal (no tardaron en descubrirlo, pero esta ciudad me quitó el miedo). Y no nada más se me quitó el miedo a bailar: viví sola y disfruté de la existencia por mí misma. Amo este lugar porque, pese a que tiene mil caras, es mi único hogar. Claro, como buena chilanga adoptada ya aprendí a quejarme del tráfico y a hacer filas para todo. ¡A ver!, bueno, pinto mi raya, claro: ¡Las quesadillas siempre llevan queso, chilangos gandallas que lo cobran aparte!
Fuera de ese elemento que me niego a perder de mi provincianismo, no quisiera vivir, al menos en el corto plazo, en otra ciudad. Me veo regresando a provincia el día en que quiera relajarme mucho. Ese todavía no toca a mi puerta.
Entre las cosas que pone a pensar la pandemia no es sólo cómo queremos vivir sino en dónde y con qué condiciones. Tal vez por eso las próximas elecciones en México sean tan relevantes.
De verdad confío en que, ahí donde vivas —sea en una urbe loca o en un lugar tranquilo— tengas lo que necesitas para ser feliz y sacar la mejor versión de ti.
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P.D
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¡Hasta el próximo miércoles!
Con cariño libre de virus,
J. McNamara, aka Geeknifer.
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