¡Festejo a la vista! 🎉
Estoy por llegar a las 100 newsletters y quiero compartir la alegría contigo. Pero necesitaré de tus letras.
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Inicié este proyecto en 2021, impulsada por la nueva realidad pandémica. Mi intención era compartir mis textos, pensamientos y recomendaciones como una manera de desconectarnos de las pésimas noticias que teníamos entonces.
Han pasado ya dos años y la próxima edición de “Escríbeme pronto” representa una centena de cartas.
CIEN. C en romano. 100.
¡Estoy muy muuuy contenta! Y por eso esta pre-celebración es anormal. Quiero, primero, invitarte a que te tomes un minuto para escribir una línea o un parrafito con un mensaje que te salga de la cabeza o el corazón sobre este correo. Me gustaría hacer públicos algunos de esos mensajes, si lo deseas de manera anónima, porque creo que el cariño se comparte.
Algunas personas que me leen me envían corazones encartados en forma de un textito de vez en cuando, esta es tu oportunidad para hacerlo (o rehacerlo) a modo de celebración.
No quiero irme sin compartir este cuento que escribí hace poco. Me divertí mucho haciéndolo pero dudo que quepa en entregas próximas. Para tu desconecte de miércoles, vámonos textualmente a Yucatán.
Un cuento 🖋
Ah-Xok
Los viejos siempre me dijeron que en el mar está la muerte. Mi error fue desobedecer y acercarme demasiado a él.
Mi viaje empezó hace muchos atardeceres. Yo nací en un lugar que atraviesa un río lavado por el sol. Me daba paz bañarme en sus aguas y mirar las estrellas. Tenía la intuición de que en su luz encontraría respuestas. Pero nunca llegaron, porque me quemaron la tierra.
Fue cuando vinieron los del este. Gente morena de grandes penachos, hachas de obsidiana y lanzas de pedernal. Querían más campo, más alimento. Mataron a mis hermanos y a mi padre. Este pueblo que se llamaba maya se quedó solo con niños que criar y mujeres para preñar. Los odié con todo mi espíritu pero también los admiré, el día en que caí en cuenta que su sacerdote sabía todo de las estrellas.
Él se apiadó de mí y me adoptó, no como un hijo, sino como a un animal de compañía. Me daba migajas de conocimiento a cambio de favores. Para cuando me convertí en hombre, de los míos ya no quedaba nadie.
En los años bajo el cuidado del sacerdote, aprendí que los mayas habían entendido cómo contar las puestas de sol: medían el tiempo. Yo quería saber más. Pero para eso, para entender el pasado y el futuro a través de los puntos en el cielo que yo amaba, tuve que huir.
Aunque de niño me contaron historias terroríficas de bestias acuáticas, delineé mi paso por las costas, pero pronto me topé con gente de mi pueblo que me repetía que estaba loco. Un día, un pescador me hizo entrar en razón.
—No, mi amigo. Apártate del agua, que ahí vive el señor de los mares, dueño del inframundo. Lo llamamos Ah-Xok.
Así, trepando por entre los bosques, evitando el mar, avancé hasta mi destino: un lugar de cuarenta mil almas llamado Dzibilchaltún, en donde las estrellas eran ley y se reflejaban en un cenote cristalino.
Fui recibido a regañadientes. Éramos siete hermanos los que vivimos refugiados. Solo nos dejaron estar porque conocíamos bien cómo sembrar el maíz. Por las mañanas yo estaba en el campo y por las noches me daban asilo en el templo para leer las piedras y aprender a contar en grupos de veinte.
Era un desterrado, pero las estrellas me cobijaban y podía soñar con vivir en ellas. Me acostumbré a ser escoria. Hasta que una noche encapotada, ni mis amados puntos de luz me quisieron acompañar.
Estaba dormido en la hamaca, arriba del excremento de los animales, cuando los tambores sonaron a lo lejos. Y como si fueran insectos acorazados, los guerreros se desplazaron de manera silenciosa hasta nuestro lado. Con yute amarraron nuestras muñecas y nuestro cuello. Nos obligaron a andar en cuatro por la inmundicia hasta toparnos con el gran guerrero.
La pintura negra que cubría su rostro me hizo pensar en el fin y en mi familia muerta. Fui el elegido para ser interrogado.
—¿Quién eres? —preguntó en maya.
—Me llaman Yuuk.
—Estás lejos del bosque para que te llamen así.
—Sí, es que quiero aprender a contar los días.
—Yo nada más cuento los muertos —. El hombre me tomó del cuello y pegó su lanza a mi abdomen. Me hizo un rasguño del que brotó sangre y sonrió. —¡Llévenselos a las aguas! Tienen una cita en el umbral —gritó.
Los siete caminamos en compañía de una comitiva de guerreros. El cenote no reflejaba ninguna luz y de la selva emanaba el aroma de las llamas. Las plantas de mis pies se cuartearon cuando abandonamos la ciudad y llegamos a las rocas. El dolor me nublaba la vista.
El chubasco empezó; las estrellas no me alcanzarían ya. La lluvia mojó mi piel y sentí que confundía el cielo y el océano. Recordé las advertencias: no vayas al mar, que ahí está la muerte. Al menos, la arena fue un bálsamo para mis heridas comparada con las rocas.
Un solo guerrero fue el encargado de sentarse en la balsa con nosotros y empezar a remar hasta mar abierto. El océano se volvió gris y luego negro mientras la tormenta arreciaba. Aunque pudiera saltar de la balsa, no llegaría lejos con la corriente y las manos atadas.
Entonces vi a la pesadilla de la que me habían hablado mis maestros. Había una razón secreta por la que no debíamos acercarnos al agua. Una gran aleta rondaba en la superficie, era como obsidiana y se movía como una serpiente hambrienta. Estaba ante Ah-Xok.
El guerrero nos tiró al mar y por más que pataleamos, vi la ceremonia de las aletas y de los dientes. Sentí que atraparon mis piernas primero y mi torso después. Busqué la luz de la noche una última vez y, en cambio, me cortejó la oscuridad. El dolor fue insoportable y ha seguido conmigo.
Cuento esto porque nunca he dejado el inframundo. Tras muchas, muchas vueltas al sol, más de las que caben en la cuenta larga, soy una figura de arcilla que sigue esperando salvación en el templo y en las fauces del dios de las tinieblas marinas.
Una no-reflexión
Esta no es una reflexión como tal, es una invitación a que participes de la celebración dándole “Responder” a este correo o mandándome un mensajito por acá.
Claro, ¡el mejor textito se lleva premio!
Nos leemos el próximo miércoles en la celebración de las cien cartas.
Con cariño libre de virus,
J. McNamara, aka Geeknifer.
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