¡Feliz no cumpleaños!
¡Para mí, para tú!
El 12 de febrero se cumple un mes desde que inicié este espacio, digamos que esta sexta emisión es su "no cumpleaños", a la Alicia en el país de las maravillas.
Te cuento que estoy llena de nervios y emoción porque El especial de lo inefable es una plataforma que me está ayudando a exponer mis textos e ideas. La semana pasada contaba que para cumplir sueños hay que echarles abono; ten por seguro que estoy dándole forma a esta carta y me estoy preparando para hacer este espacio mejor para ti.
De hecho, si quieres ayudarme, me encantaría que contestaras esta pequeña encuesta. Te juro que no te robará más de 5 minutos y a mí me servirá muchísimo.
*Un videojuego 🎮*
Hace tiempo surgió esta maravilla para web y celulares. Mi mejor amigo (el mismo de los juegos de mesa) me puso a jugar la primera versión de esto cuando estábamos en la preparatoria, hace ya más de diez años.
La pantalla es un lienzo en blanco y, a la derecha, veremos cuatro elementos: agua, tierra, fuego y aire.
El objetivo del juego es ir combinando parejas de elementos para crear cosas nuevas. Hay que tener algo de imaginación alquímica para ello. Quizá, si combinamos agua y aire, hagamos vapor. Y ya que tenemos vapor, ¿qué puede pasar si le echamos fuego?
No quiero contarles mucho, pero de combinación en combinación, podemos, incluso, llegar a crear vida, humanos, unicornios, ¡y hasta caballeros jedi! Hay versión web, iOS y Android. Puedes darte de alta para ir guardando tu progreso.
*Un producto 🔮*
Me encantan las libretas. Aunque, para ser franca, desde hace algunos años compro cada vez menos, porque me cuesta trabajo llenarlas y ya no tengo lugar para tanto papel. Dispongo, eso sí, año con año, de un diario y de una agenda.
Este 2021 decidí comprar una agenda de papel de piedra. Este papel tiene muchas ventajas; la principal es ecológica, pues no se tienen que talar árboles para producirlo; se ocupan, literalmente, polvos de piedra amasados. Más allá de las razones pro-planeta que pueda haber para elegir un producto así, que sí son importantes, me fascina la textura de este papel. Es mucho más suave al tacto y como siempre uso rollers de gel, se vuelve una maravilla. Además, es impermeable. Perfecta si, como yo, tienes el expertise de regar café o agua sobre tu espacio de trabajo.
Mi agenda es de RockDesign. La de este año está diseñada por la actriz Fernanda Mijares Bracho (a quien yo no conocía hasta que vi la preciosidad que dibujó). La agenda me gusta porque tiene un gran espacio de notas y normalmente escribo bastante ahí, además de llenar mis pendientes por días.
Seguramente, a estas alturas del año ya dispones de una agenda (si no, todavía tienen en existencia). Puedes comprarles libretas o blocs de notas (bonitos, sustentables y deliciosos al tacto) en su página web.
*Un video 🎞️*
Soy muy exigente con los videos musicales. Me gusta que cuenten una buena historia. Esos videos en donde hay varias personas bailando no me fascinan, no les hallo el chiste —con todo y que me gusta ver a las personas bailar (será que yo carezco por completo de esta habilidad)—.
Este video es del grupo francés Caravan Palace, que se ha dedicado a renovar el swing. Lo recomiendo a quien puedo porque tiene un gran poder: ponerme de buenas. ¡Y eso no se logra tan fácil! Tanto, que contiene la canción que encabeza mi lista de reproducción para la regadera.
Double Ninja es el estudio de animación detrás del video, que cuenta una historia que me hace gracia y que tiene tintes de empoderamiento femenino y ciencia ficción.
*Un cuento🖋️*
Prometo que la próxima vez que escriba cuentos de terror, pondré un aviso para evitarte colapsos nerviosos. Anda y pasa, que esta historia de terror no tiene nada.
Siempre he sabido dónde se esconde Sandra. Nunca la sigo. No importa si mi hermana está a punto de cumplir 30 años, a veces continúa comportándose como una adolescente incomprendida; no muy diferente a mí, supongo. Yo sabía que estaba en la azotea del edificio. Mi mamá daba vueltas por la cocina, preocupada porque pudiera pasarle algo, contagiarse. Se habían peleado. ¿Por qué? Llegué tarde a esa parte, pero parecía que había sido algo lo suficientemente grave como para que Sandra se fuera del depa.
Le dije a mamá que no pasaría nada, que Sandy sabía cuidarse, que nada más había ido al supermercado y regresaría. “Pero quedamos en que sólo saldríamos juntos, aunque fuera al súper”, murmuró mi madre a manera de excusa para quién sabe quién. Aunque mi mentira no era buena, no me sentía en el ánimo de delatar a mi hermana; será la persona que más me ha hecho la vida de cuadritos, pero eso no significa que yo me vaya a convertir en un soplón. Ni siquiera por ella.
Convencí a mi mamá para que se fuera a su cuarto a echar una pestaña. Decidí hacer algo que jamás había hecho: interrumpir a mi hermana en la azotea. En mis 19 años de existencia todavía no estaba seguro de qué diablos hacía ella ahí. Siempre asumí que subía con sus cigarros. Mamá odiaba verla fumar y estas semanas debían ser muy difíciles para Sandy, encerrada en un espacio en el que estaba completamente prohibido encender siquiera un cerillo, tanto por la fobia de mi madre al fuego como porque no quería que muriéramos de cáncer.
Suponía, pues, que el techo era la sede del club del cáncer. El elevador seguía sin funcionar, así que subí las escaleras de dos en dos los primeros tres pisos. Los otros dos los trepé más lento, sorprendido de lo que la falta de gimnasio le estaba haciendo a mi cuerpo. Las paredes eran color crema y las esquinas estaban llenas de telarañas. Siempre me he preguntado si esas arañas petrificadas que se quedan atrapadas en sus propios hogares se podrían calificar de esqueletos o qué diablos son. ¿Se las comerán otros bichos?
¿Sabes? Nunca había estado en la azotea de mi edificio. Se lee estúpido ahora que lo pongo en palabras. ¿Como algo que está tan cerca me había pasado desapercibido los ocho años que había residido en ese departamento? No lo sé, de verdad no lo sé.
Y creo que es síndrome de las pocas cosas positivas que ha dejado la cuarentena. Nos obliga a redimensionar distancias. Es en estas semanas en las que reparo en los vecinos, en las tiendas que están cerradas, en que mi geografía vecinal se me pierde, que llego a la conclusión de que no sé nada de los lugares que me rodean y, lamentablemente, mucho menos de las personas de mi paisaje más cercano. Como la odiosa de Sandy.
Alcancé la azotea cansado. La puerta para salir era verde, llena de óxido. Me sentí como cuando uno es niño y se inventa mundos nuevos para no aburrirse en reuniones de señores. Yo estaba conociendo un mundo nuevo. Salí por la puerta y me encontré con el piso del típico color rojo de carpeta asfáltica impermeabilizante, medio agrietado. Los demás edificios me rodeaban, silentes. Caminé sin hacer ruido, para no ser detectado.
En un primer momento, no vi a mi hermana; vi el paisaje adornado por tanques de gas y tendederos con calzones de señora. Eso sí, por primera vez en quién sabe cuánto tiempo, vi el cielo. Esa tarde era hermosa. Seguro hay cientos de textos que tratan de emular o describir el maravilloso cielo que tenemos cuando se pone el sol. El color anaranjado pareciera querer aparearse con el azul y, como queriendo explotar de pasión, pintarrajean las nubes de violeta.
Ahí, en el techo, no había coronavirus, ni mamás que lloraban, ni trabajos perdidos, ni gente con hambre. Quizá podría acusarme de que la azotea sacó mi lado más egoísta y no me hizo pensar en mis problemas, los de mi familia o los del país. En realidad, no pensé en nada. Vi el cielo y admiré que tuviera justo esos colores. Me sentí bien de estar ahí, de no pensar, de, simplemente, ser. Esa sensación ha llegado a mí sólo un par de veces en la vida y lamento eso. Total, que de mi trance, por supuesto, me sacó mi hermana.
—¡Sam! ¿Qué chingaos haces aquí? —recuerdo que dijo. No sé cómo no la había notado si era imposible no verla. Estaba a la orilla del edificio, sentada en una silla verde de Coca-Cola. Para mi sorpresa, sus piernas estaban cubiertas por una cobija rosa, se había hecho un chongo hasta arriba de la cabeza, no tenía maquillaje y se había puesto una sudadera grande de Mickey que jamás había querido soltar, desde que papá se la regalara hace años. Se veía mucho más chica. O, más bien, se veía de la edad que era. Debajo de su silla, como lo suponía, había un cenicero con un par de colillas y una cerveza. Me acerqué.
—Mamá se preocupó por que te fueras. —Ambos nos quedamos callados. Viéndonos. Me chocó ver que fruncía los labios igual que yo.
—¿Qué le dijiste? —preguntó con tono cortante.
—Que habías ido al súper.
—Ah.
El silencio fue incómodo, pensé en volver a casa.
—¿Cómo sabías dónde estaba? —soltó Sandra de repente.
—Vienes aquí desde que me acuerdo. Te había visto subir las escaleras sin detenerte en el depa. Supuse que venías aquí a fumar.
—Ya. ¿Le vas a decir a mamá?
—¿No crees que tuve muchos años para hacer eso?
—Sí. Perdón.
Era la primera vez que mi hermana me decía “perdón” sin coerción de mi mamá. Tal vez sea una estupidez, tal vez sea que las epidemias nos hacen más sensibles, pero me pareció… ¿lindo?
—No, perdóname por venir aquí, no quiero interrumpir.
—Ja, no interrumpes, zopenco.
Mi hermana entonces se levantó y le dio la vuelta a un cobertizo en medio del techo. Supuse que la administración guardaba allí los enseres de limpieza. Perdí la vista de mi hermana un segundo, oí algo que parecía metal contra vidrio, y Sandra regresó con una cerveza destapada.
—Ten. Nunca están totalmente frías, pero tampoco están calientes.
—Gracias —. Quién sabe en qué tono de sorpresa lo habré dicho, porque mi hermana lanzó una risita y se volvió a sentar y tapar. De pronto se dio cuenta de que no había otra silla y me miró preocupada, casi apenada. ¿Esa era mi hermana?
Hice un gesto con la mano para restarle importancia al asunto y me senté en flor de loto delante de ella. En silencio, vimos las estrellas que comenzaban a aparecerse.
—Lástima que el smog no se va a ir de repente —dije.
—Sí. Aunque me da paz ver que sigue habiendo estrellas, aunque no sean tantas como en Chiapas.
Sonreí disimuladamente. Caí en la cuenta de que, muy a mi pesar, mi hermana y yo compartíamos quién sabe cuántos recuerdos y que algunos de ellos debían ser tan “pesados” para ella como para mí. Como las últimas vacaciones en que la pasamos con mi papá.
La verdad, fueron quizá las mejores vacaciones de mi vida. Mis papás parecían haber hecho un alto al fuego, se me olvidó que mi hermana estaba ahí y yo estaba encantado con andar por el Cañón del Sumidero en una barca para tirarme después en una tirolesa. Yo tenía 13. Mi hermana no se atrevió a lanzarse. A ella, por alguna razón que yo no comprendía en ese entonces, le interesaban más las ruinas. Me pongo a pensar y creo que no he sido justo con ella. No sé por qué Sandy quiso ir a ese viaje cuando ya desde entonces prefería pasarla con sus amigos. Estuve tratando de hacer memoria y creo que fue la última vez en que parecimos felices.
—¿Por qué te peleaste con mamá? —lo solté así, nada más.
—Porque otra vez mencionó a Mau.
—¿Dijo algo bueno o algo malo de él?
—¿Importa? Fue… bueno, creo. Dijo que, desde que cortamos, le preocupaba que estuviera tan sola.
—¿Y te enojaste por eso?
—Sí, porque mamá deja entrever que sin un hombre estoy perdida. Eso no es cierto. —Asentí con la cabeza.
—Está preocupada de que seamos tan pinches bichos raros.
La risa de Sandy no me pareció tan fea ya.
Sandra y yo no hablamos mucho más de temas profundos en la azotea, pero se sintió muy bien estar ahí. De un minuto a otro hacíamos comentarios sobre lo que alcanzábamos a ver del edificio de departamentos que teníamos enfrente. Podíamos ver todo. Mientras dábamos traguitos a nuestras preciadas cervezas nos reíamos de las señoras peleándose con sus hijos y sus maridos. Nos reímos de un tipo que tomaba un baño bailando, no sin que Sandy emitiera un “ewww” cuando lo señalé.
Regresamos juntos a casa. Mi mamá salió de su cuarto para abrazarnos.
—¿Cómo sabes que no nos contagiamos en el camino? —pregunté.
—Pues ni modo. Pesará sobre su consciencia que me hayan llevado a la tumba.
Eso fue lo más importante que me pasó el fin de semana. No parece gran cosa, pero siento que sí lo fue. Va mi pregunta tonta, aunque diga que no hago preguntas tontas. ¿Esto también es crecer?
*Una reflexión 💭*
Esta semana vi una gran película llamada Mientras dure la guerra. El filme transcurre durante la República española, poquito antes de que Franco subiera al poder. El personaje principal de la película es el escritor Miguel de Unamuno, quien también fue rector de la Universidad de Salamanca durante más de 15 años en dos momentos distintos.
Independientemente de que, si no has visto la película, es ampliamente recomendable, mucho me dio para pensar el personaje de Miguel de Unamuno. En algún punto, un amigo suyo, rojo, rojo, pero de verdad rojo, le reclama que nadie entiende al escritor porque a lo largo de su vida ha sido vasquista, españolista, marxista, socialista, ateo, cristiano, agnóstico y nada más le faltaba ser fascista. "¡Aclárese, Miguel!", le pide el intelectual. Me ha dado mucho para pensar porque normalmente creemos que las personas más valientes son esas que tienen sus convicciones bien claras y se casan con ellas, pase lo que pase. Comparto la idea de que hay que tener valores cimentados. Pero, ¿acaso no es de sabios cambiar de opinión? La vida no es estática, la sociedad tampoco. Sin segundas oportunidades y tropezones, ¿cómo crece uno?
Yo misma noto cambios radicales. La gente que me conoce me reconoce (ja) por usar más el lado izquierdo del cerebro, por haber sido fría y estratégica. Afortunadamente, he cambiado y disfruto más la vida. Uno de mis mejores amigos, hace poco, me escribió lo siguiente: “En los años que llevo conociéndote, creo que más allá de que ‘no se te den los sentimientos’, es que eres medio Shrek: todo depende de la suerte de burro que te toque. Después de picar piedra y de quedarte ahí parado diciendo pendejadas (sic) con cariño, uno descubre que tienes un corazón de pollo”.
¡Hasta el próximo miércoles!
Con cariño libre de virus,
J. McNamara aka Geeknifer.
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