Este tip trae tranquilidad automática
Respira profundo Imagina tu día perfecto Y quédate ahí un rato
Si hacemos caso a que la semana empieza en domingo, la mía comenzó con una jornada de prácticamente 14 horas siendo funcionaria de casilla. Fue un día intenso y, menos mal, vivo en un lugar donde casi no hubo incidentes. Sólo vecinos enojados porque la casilla no abrió 8 en punto. Por cierto que yo no entiendo a los votantes que se levantan extremadamente temprano en DOMINGO para pararse afuera media hora antes de que abra la casilla: ¿Quién les hizo tanto daño?. Total, aunque me gusta hablar de política, esta cartita no te la envío para eso, sino para que nos olvidemos un rato de los problemas.
La cosa es que, a partir de ese día, no he podido descansar y meeenos con la cantidad absurda de trabajo que tengo. Además, traigo el pendiente de que mañana (jueves 10) daré un bonito discurso. Aquí hago el comercial de que si te interesa entrar de invitado a una sesión de Zoom para aprender a hablar en público y dar presentaciones súper cool, me contactes.
Justo por esta sesión me llegó una tarea cautivadora: imaginar mi día perfecto. ¿Cómo sería el tuyo? En lo que lo piensas, te regalo un ratito de paz con lo de hoy:
*Una playlist 🎵*
Estoy peleada con la música que las plataformas de streaming recomiendan para concentrarte. Las canciones pecan de dos polos opuestos. O son extremadamente tranquilas y terminan por contagiarme el sueño, o les parece buena idea incluir jazz intenso que sólo hace que me concentre en la música y no en el trabajo.
Esta semana, en la que de madrugada estaba trabajando, necesitaba una lista de reproducción que cumpliera tres características: que impidiera dormirme, que me pusiera de buenas y que no fuera invasiva. Y el azar me llevó al perfil de una usuaria de Spotify llamada Irene Bakola. Sus listas incluyen nombres de lo más curiosos, como “Your Father Was A Computer”, con un montón de soundtracks de Star Trek, o “way too fucking sexy”.
Esta chica tiene una lista llamada “happy focus” y tiene justo lo que estaba buscando. Canciones medio juguetonas, todas instrumentales, en un mood relajante pero que no induce al sueño, que me hacen pensar en mundos perdidos o casas con gente trabajando con sus gatos dormidos en las piernas. Salvación que recomiendo.
La lista la encuentran aquí.
*Un artículo 📖*
No es un misterio. Me encanta la cerveza. A la cerveza le debo bajar 12 kilos el año pasado, porque si no hubiera bebido cantidades industriales de cebada irlandesa (preparada por primera vez por Arthur Guinness en 1759) mientras estuve estudiando un máster hace ya casi tres años, no habría subido los kilos necesarios para bajar así de peso en 10 meses. Bendito pan hecho agua.
Me gustan las stouts y las IPA, pero tomo de la que me pongan enfrente. Me desvivo por las de trigo alemanas, también. Y sé que soy 13% más feliz desde que conocí la cerveza checa. Hablando de días perfectos, los mejores que tenía como estudiante de posgrado eran los viernes, que empezaban en el pub de la cervecería escocesa Brewdog, continuaban en un Five Guys (guardaba un vaso de papitas en la bolsa) y acababan en el pub John Snow (como el doctor que trató el brote de cólera a mediados del siglo XIX, no Jon Snow como el personaje de Game of Thrones) con una Guinness en la mano. Y papitas cajun sobre la mesa, que mis compañeros agradecían. Efectivamente: así, ¿cómo no subir de peso?
En fin, la cosa es que cuando imaginamos cervecerías y cerveceros, estoy prácticamente segura de que nuestra mente nos llevará a hombres gruesos cargando costales de quién sabe qué grano. Y sí, la industria es dominada por los hombres. Pero no siempre fue así.
Este genial artículo explica que, antes, durante la Edad Media y el Renacimiento, las mujeres éramos las que dominaban este quehacer. Casualmente, las cerveceras se vestían de sombreros de punta y usaban calderos para transportar la deliciosa bebida. ¿Les suena el outfit de algún lado? ¡Oh! También les era útil tener gatos de mascota para que los ratones no acabaran con los preciados granos de la cerveza.
Se pueden imaginar el desenlace de esta historia. Los hombres que querían competir en este negocio, nada tontos, las acusaron de brujas y, poco a poco, las mujeres de sombreros de punta que querían destacar en el mercado, desaparecieron.
*Un cuento🖋️*
En el principio era el círculo y el círculo reinaba por sobre todo lo demás. No, en el principio era el blanco y era la vida. No, en el principio era la paleta de colores. No, en el principio era la música. La música total. No. No. No. Vasili se sentó, quitándose los lentes, se llevó las manos a los ojos y bajó la cabeza.
Así se mantuvo durante varios minutos. Sin ver nada, el aroma del aula que le habían concedido como estudio le remontó a su infancia, cuando el persistente olor del té negro circulaba en el ambiente cuando a su padre se le fue el alma a los pies, en el momento en que le dijo: “Dejé el Derecho, quiero ser artista”. Aún ciego, Vasili alcanzaba a escuchar los pájaros fuera. Era verano. El silencio ocupaba lo demás: el gramófono descansaba en una esquina, esperando. Vasili se retiró las manos de los ojos y se levantó. Observó su lienzo en blanco, cruzó los brazos y parpadeó varias veces. Negó con la cabeza, tomó el pincel y estudió lo usado que estaba; se sentía justo como sus instrumentos, oxidados. Caminó hasta la ventana, le dolían los pies. Tenía ya 57 años y se sentía más viejo que nunca. ¿Por qué diablos no empecé antes?, se dijo.
Confesó al vacío que no podía concentrarse. De su pantalón sacó un papel doblado, lo abrió y releyó: “...Me partiste el corazón hace siete años, me lo has vuelto a partir ahora que regresaste a Alemania sin decir nada. Dejé de pintar, de crear, de imaginar… de vivir. ¿Acaso te parecí siempre una broma?...”. No, no había sido una broma. Había sido su complemento profesional, a nadie le iba a importar el arte como a Gabriele; pero a nadie le importaría él como a Nina.
Sabía que había algo más allá de lo obvio, que el arte estaba conectado con algo indefinible, sempiterno e inaprehensible. Sin embargo, no estaba preparado para escuchar los pasos de unos tacones que él podría reconocer en cualquier parte del mundo. Eran más fuertes que los de Nina, eran más decididos, eran como sus figuras geométricas: totales.
Vasili volteó hacia la puerta justo cuando Gabriele, en un vestido de color púrpura, entró al estudio. Era la misma, salvo con dos semicírculos grises, simétricos, que le colgaban por debajo de los ojos. Nunca creyó que volvería a topársela. Era hermosa.
—Hola, Gabriele. No esperaba verte.
—No era mi plan venir.
—¿Entonces? ¿Qué haces aquí?
—Estaba en Weimar de paso. Unos amigos vinieron a visitar a Gropius. Me les uní. Estoy enojada… y heme aquí. Quizá sea una estupidez.
—No sé qué decir.
—Un “lo siento” hubiera podido ser un buen inicio. Pero las disculpas a empujones no me interesan—. Vasili se autonombró idiota en su fuero interno. Habría sido más fácil pintarle una disculpa a Gabriele que decírsela, Varias veces lo había intentado, pero no era posible darle una obra sin una nota en ella. Sólo podía escribir palabras cuando hablaba de cosas etéreas, no de hechos específicos... como haberle partido el corazón a su alma gemela artística.
—Perdóname —dijo Vasili, al fin.
—¿Me amaste?
—Mucho.
—¿Dejaste de hacerlo?
—Las cosas cambiaron—. Los ojos de Gabriele se llenaron de lágrimas. Aunque ella venía por la verdad, esperaba que fuera otra.
—Nina es joven —dijo Gabriele con un atisbo de malicia grave en la voz.
—No es ella con quien debes estar molesta. Pero sí, lo es.
—¿Te hace sentir joven?
—Ja. Muy al contrario.
—Ya veo. ¿Y tu lienzo, qué tendrá?—. La pregunta tomó por sorpresa a Vasili. Sabía qué quería, pero sólo una palabra podía expresarlo, no sabía si eso bastaría, pero lo intentó:
—Quiero que sea el principio.
—Ese es el problema —susurró Gabriele.
—¿Cuál? —preguntó intrigado.
—¡Que los seres humanos también necesitamos finales! —gritó Gabriele. Vasili asomó la cabeza hacia la puerta, preocupado por las posibles miradas curiosas. En esos segundos, Gabriele se le acercó, sus narices casi se tocaron. Por un instante, él creyó que lo besaría, pero no: le arrebató el pincel y dibujó una línea negra, perfecta, que atravesaba el cuadro de esquina a esquina. De abajo hacia arriba.
—Ahí tienes. Esta es la muerte de todo.
La mujer salió, enfurecida, azotando la puerta y aventando el pincel contra la pared izquierda, provocando una mancha negra, que, de lejos, parecía un pájaro volador. Vasili trató de detenerla, pero decidió no seguirla más allá de la puerta; después de todo, no había nada qué decir. El “te amo” que había pensado gritarle a Gabriele le habría sonado hueco, sin sentido: sin pintura o lienzo. Habría sido la nada para ella.
Vasili regresó sobre sus pasos y observó la línea negra que recorría la tela, solitaria. De pronto, lo vio. Esa mujer seguía siendo mágica. Sonrió. Se deslizó, casi sin levantar los pies, hasta el gramófono: puso a Wagner. Se dio la media vuelta mientras el preludio de Lohengrin se mezclaba con el té en una infusión etérea y tomó el pincel del suelo.
***
Los estudiantes admiraban las nuevas creaciones del maestro ruso. Vasili sólo veía, sin entrar en plática con nadie, su obra: “Auf Weiss II”. No estaba seguro de si alguien más lo notaba, pero más allá de sus anteojos, el círculo giraba por su lienzo cuadrado; el blanco era el pozo donde la vida germinaba, los rojos palpitaban, los amarillos pulsaban, el azul bailaba y todos los negros, sin descanso, viraban, como si fueran las aspas del molino del tiempo. “En el principio”, se dijo Vasili, “fue esto que siento”.
*Una reflexión 💭*
El maestro de ceremonias de la sesión de mañana, para presentarme, me preguntó: ¿Cómo sería un día perfecto para ti?
La sola imagen de mi día perfecto hizo que me sintiera mucho más tranquila en medio del estrés de esta semana. Mi día perfecto es uno que incluye mucha agua. Imaginé una mañana que empezara con nadar bajo el agua en una alberca profunda, muy profunda, en santa paz, que más tarde incluyera algo de snorkeleo (si es con tiburones nodriza, mejor), comida astro deliciosa luego, escribir por la tarde en un bar (no tengo remedio) con vista al mar y leer en la playa, más una peliculita en la noche. Todo en compañía de mi persona favorita.
Sí, sí tengo mucho trabajo y estrés. Pero también tengo la esperanza de que mi día perfecto no es una cosa irrealizable. Estoy segura de que tú también tienes un día perfecto lograble con el que soñar para respirar más lento. Ojalá lo vivamos pronto.
¡Y, hey! Si es la primera carta que recibes o tienes ganas de leer más, hay un archivo de cartitas pasadas aquí. Recuerda que puedes responderme, que las cartas son diálogo íntimo.
P.D
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¡Hasta el próximo pinche miércoles!
Con cariño libre de virus,
J. McNamara, aka Geeknifer.
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