¿De qué están hechas las pesadillas?
Un anuncio parroquial: A partir de la próxima emisión (dentro de dos semanas), esta carta será entregada mediante una plataforma distinta. Te recomiendo estar muy al pendiente por si acaba llegando a tu carpeta de spam o si te llega un correo de confirmación. ¡Vendrá con sorpresas!
“Eres una pequeña alma que carga un cadáver” Epícteto
El verano es una época en la que solemos tener más tiempo para divertirnos. Esto implica tomar un descanso y acercarnos a aquellas cosas que nos llaman la atención. Aunque no sean cosas con sol y cielos despejados incluidos.
Además de Halloween, el verano es la temporada en la que más películas de terror se estrenan. ¡Y cómo no! Si tenemos tiempo (o eso nos gusta creer) para practicar noches de desvelo con posibles entes sobrenaturales detrás de la cortina.
Esta carta se trata de lo macabro. Que, ojo, de ninguna manera es terror. Me encanta la etimología del término, porque probablemente venga del francés, de “Danse macabre”, La danza de la muerte.
Se cree que durante la Edad Media había representaciones teatrales en verso de la muerte, llamando a figuras públicas a bailar en su tumba. La idea era hacer sátira (lo más cerca que estarán nuestros amigos europeos de la burla mexicana en Día de muertos) y recordarle al público lo efímero de la vida.
Si te lo estás preguntando, ¡sí! Hay muchas obras artísticas basadas en esto, como “Danse macabre”, el poema sinfónico de Camille Saint-Saëns.
Total, que estos momentos de verano nos recuerdan que la vida es chiquita y que hay que danzar con la muerte. Espero que esta carta la estés leyendo con un mojito en la playa. Pero, si como yo, más bien estás en la oficina junto con una taza de café, imagina la brisa del mar mientras la mujer de la hoz nos hace compañía.
*Un producto 🔮*
La enfermedad nos acerca a la muerte. Y hablando de pandemias, ha habido algunas en la historia de la humanidad bastante feas. Una de ellas fue la peste negra que, hasta hace poco, basándose en escritos eclesiásticos, se creía que había acabado con entre el 30 a 50% de la población europea.
La realidad parece ser menos catastrófica. Pero en el imaginario colectivo se hizo cargo de traernos hasta nuestros días a los doctores de la peste, quienes usaban una máscara de pico de pájaro en la que se ponían objetos aromáticos para, supuestamente, prevenir el contagio con los enfermos.
¡Hoy puedes adquirir, como yo hice en su momento, un fabuloso peluche de las personas en este atuendo! Lo puedes comprar acá.
Dato curioso, uno de los doctores de la peste fue el famosísimo Nostradamus, quien escribió cientos de profecías. Quizá la gente en serio creyó en ellas porque él sugería darle de beber a los enfermos agua limpia y eliminar los cadáveres infectados por la peste...
...Algo que —¡quién sabe por qué!— funcionaba para tratar a los pacientes.
*Una docuserie 🎥*
He visto una cantidad absurda de docuseries en Netflix. Y me gustan mucho las que tratan sobre crímenes. Le encuentro algo entretenido (y terrorífico) a ver lo peor de la humanidad, tú disculparás.
Creo que, hasta la fecha, la que me ha parecido mejor empieza con el asesinato de una monja en Baltimore.
The Keepers es una de esas historias en las que la realidad súper supera la ficción. Vemos cómo el asesinato de una monja conduce a más cosas macabras. No puedo decir mucho para no echarte a perder la sorpresa.
Si te gustan las historias de crímenes, las conspiraciones y las escuelas católicas, es un must watch. La encuentras en Netflix aquí.
*Un libro 📖*
Si te quedaste picado con este libro porque lo viste en mi Instagram, Gory Details es un ejemplar magnífico para hablar de lo macabro con mucho humor.
Erika Engelhaupt es editora y escritora en National Geographic y durante años mantuvo un blog llamado “Gory Details”. Por alguna razón, siempre le gustó el lado mórbido de la ciencia. Este libro recopila artículos suyos, el pequeño formato de los textos lo hace ideal para el verano.
Lo prometido es deuda. El dato divertido. ¿Cuál es el mamífero que más integrantes asesina de su propia especie? No, no es el ser humano. Tampoco es un cetáceo (con todo y que los delfines son unos seres medio macabros, ja, a los que les da por acosar sexualmente a las hembras durante semanas).
El mamífero más mortífero es... la suricata. Sí, sí, Timón sobrevivió de milagro, al parecer. Una de cada cinco suricatas bebés es asesinada, normalmente por la matriarca del grupo para asegurar que sus genes prevalezcan.
Engelhaupt también habla de cómo la materia fecal de una mosca en una escena del crimen puede ser usada como evidencia… erróneamente. De por qué no debes dejar que tu perro lama tus heridas o cuánta orina en realidad hay en las albercas.
Lamentablemente no hay versión en español, pero lo puedes comprar en versión electrónica o pasta dura aquí.
*Una playlist 🎵*
Foto de Julia Kadel
No estás para saberlo, ni yo para contarlo. Pero hubo una época en mi vida en la que me vestía mayoritariamente de negro. Esta lista es para acordarme de esos años.
Tengo pocas listas de Spotify que me esfuerzo en curar. Es decir, que sí tienen algo de sentido. Una de ellas es esta, que auténticamente busca ser macabra: se llama Gothique.
Si tienes ganas de cortarte las venas con galletas de animalitos, pintarte las uñas de negro y poner “The Craft” en Neflix, puedes escucharla aquí.
*Un cuento 🖋️*
Notificaciones push
Sintió el celular vibrar. Se reclinó en el sillón de cuero negro y cerró los ojos un instante, ya no sabía cómo dormir. Vibró otra vez. Los abrió y caminó hacia el baño golpeando con los talones la alfombra color arena. Vibró otra vez. Iba descalzo, con pantalón de vestir y una camisa blanca desfajada. Se vio al espejo y lo que vio no le gustó. Vibró otra vez. Cada día se parecía más a Él. Lo cual era extraño, porque ahora tenía 30 años y la última vez que lo vio, Él tenía 21. Se dieron un abrazo antes de que se fuera de vacaciones, luego Él murió. Más bien, a Él lo mataron. Vibró otra vez. Salió del baño y vio su oficina, que daba al puerto. Todo estaba perfectamente ordenado y la luz tenue hacía que los muebles caoba parecieran los de un alto ejecutivo. El alto ejecutivo era su papá, él sólo era una máquina que procesaba textos que no hacían sentir nada. Vibró otra vez. Hace años había intentado huir del calor asfixiante y escribir poesía en un lugar frío, pero todo eso parecía un extraño sueño. Sus dos mejores amigas ya no eran sus mejores amigas. La más cercana a veces le escribía. Vibró otra vez. Con la otra había empezado una relación que terminó como todas sus relaciones: en la basura. Vibró otra vez.
Se tomó el cabello, grasoso, no se había bañado, y se acercó a la ventana. Qué asqueroso se veía el río hoy. Sacó su celular. 120 notificaciones. Programó 10 tuits más y se guardó el celular. Inmediatamente vibró.
Ese día la casa estaba vacía. La casa también era su oficina. Vibró otra vez. Tuvo el impulso por enésima vez de silenciar su celular, pero no acabó por convencerse. Vibró otra vez. Es que todo era silencio a su alrededor. La casa de su padre, la relación con su madre —que se moría de cáncer en otra ciudad—, las reuniones con sus amigos, hasta la calle era silencio en su cabeza, era ruido hueco. Vibró otra vez.
Escribía en redes bajo un impulso grafomaníaco, un impulso perpetuo que sólo le recordaba que su carrera como escritor nunca despegaría. Vibró otra vez. Sus miles de seguidores no eran suficientes, porque nunca se había decidido a dar ese paso, el paso de publicar. Sabía que tenía la culpa de estar solo, siempre lastimaba a todos. Vibró otra vez. Tenía la culpa de ser un fracaso. Vibró otra vez. De no tener ganas. Vibró otra vez.
Había pasado por terapia. Por varias, en realidad. Se rindió. Ya se había hecho a la idea de que la melancolía iba a estar con él para siempre. Como Él estaría siempre dentro de él. Vibró otra vez. Eso sí, era un gran hipócrita y sabía sonreír y tomarse selfies y jugar con sus mensajes depresivos en redes. Vibró otra vez. Programó 10 tuits.
De la ventana, pasó a su escritorio, ya vacío. Del cajón sacó lo que necesitaba para continuar y entró a su cuarto. Vibró otra vez. La cabeza de venado azul, su artículo más kitsch, lo vio con sus ojos perdidos. Vibró otra vez. Sonrió porque a su papá no le gustaba. A él tampoco, pero le encantaba provocarlo. En tonterías. A sus treinta. ¿Qué había logrado a sus 30? No, no 30. Peor, 31. Na-da. Vibró otra vez.
Se tumbó en la cama y mandó un último mensaje al mundo. Cuidó de escribir en bajas, su sello personal. Una despedida propia entre líneas de Allen Ginsberg. Perfecto.
Se llevó la pistola a la cabeza. En el norte, uno debía tener pistolas en la casa. Vibró otra vez. Sobre todo si era rico. Vibró, vibró, vibró. Puso los ojos en blanco y apagó el celular, después de meses. Se volvió a llevar el arma a la cabeza, y como si tuviera el síndrome del miembro fantasma, sintió su celular moviéndose en la cama. Pero no era nada. Se le quedó viendo a la pantalla muerta. No sonrió. No hizo ningún sonido. No lloro. No pensó en Dios. Pensó en Él y ni un ruido le respondió.
En el silencio absoluto, jaló el gatillo.
*Una reflexión 💭*
Foto de Remy Loz
Las pesadillas están hechas de miedo. Nos preparan, con sus situaciones imposibles, para cualquier experiencia futura. Las cosas macabras se parecen al miedo, aunque no siempre lo den. Como ya quedamos, lo macabro es afín a la muerte y esta puede ser terrorífica a veces, pero no siempre. Y eso lo sabemos los mexicanos mejor que nadie: la Parca también es algo para reír.
El verano y nuestras ganas de ver mar y escaparnos a la playa, también tienen algo de macabro. ¿A qué me refiero? A que es nuestra profunda necesidad de vivir con los cinco sentidos lo que nos hace decir "oleeee" al final del camino.
Espero que en este verano te asustes por convicción y platiques con la muerte por diversión. Al final, lo que nos enseña es que la vida es demasiado corta como para andar queriendo controlar todo.
P.D
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¡Hasta dentro de dos miércoles!
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J. McNamara, aka Geeknifer.
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