Con amor, G.
Hoy quiero contarte una historia.
Hubo un tiempo en que viví en otro lugar, del otro lado del charco, en un piso con cinco chicas de distintos países. Tres de China, una egipcia y otra más de la India.
Llegué a vivir con ellas poco antes de la celebración de mi cumpleaños. Ese día, mis compañeros mexicanos me hicieron un pastel sorpresa. Como era demasiado, dejé el sobrante en el refri comunal con una nota: “Es mi cumpleaños. ¡Tomen una rebanada!”.
En la madrugada, oí que algo se deslizaba por debajo de la puerta. Era una nota de agradecimiento hecha a mano de la señorita de la India. Al poco tiempo, escuché de su boca que jamás había tenido un amigo o amiga con quien compartir correspondencia. Así, le redacté un texto que también pasé debajo de su puerta. Ella respondió dejándome una carta en la alacena. Le contesté y ella empezó a relatar la historia de su gran amor. Yo le conté el relato de los pedazos de mi corazón roto.
Tras cuatro años, seguimos escribiéndonos, esperando el —lento— correo. Compartimos alegrías y desgracias en un formato narrativo que procuramos (ella estudió Letras Inglesas). Yo disfruto de su elegante caligrafía; ella dice que le gusta mi letra.
Hacer cartas es una cosa que requiere más de tiempo que de práctica. Yo disfruto escribirte cada semana y por eso hoy quiero hablar a propósito de la práctica epistolar.
*Un libro 📖*
Este volumen me lo topé por una cosa triste. Mi mamá, cuando estaba en cama en el hospital, me pidió que le llevara un libro. Quería darle algo ligero, algo que pudiera terminar y que no la deprimiera. Así que pedí recomendaciones allá afuera. Y llegó a mis manos un texto epistolar: 84, Charing Cross Road, de Helene Hanff.
Mi mamá no alcanzó a leerlo. Yo lo hice imaginando qué habría pensado ella. Sé que le habría parecido una historia en serio bonita y se habría reído con más de un pasaje.
Helene es una mujer estadounidense que está buscando libros clásicos de segunda mano a precios razonables y, a través de un anuncio, se empieza a escribir con el dependiente de la librería ubicada en el número 84 de la calle Charing Cross Road en Londres. A través de sus cartas hay un intercambio cultural, literario y de experiencias en tiempos de guerra.
Sin duda vale la pena. Puedes comprarlo ¡conmigo! (tengo un ejemplar de segunda mano a precio razonable, como pedía Helene).
*Un producto 🔮*
Escribir en la actualidad también es una forma de relajación y mandar cartas a mano es una costumbre que considero en verdad rica. Lo más complicado es empezar a hacerlo. Reconozco que cada vez es más difícil que tomemos pluma y papel para redactar una plana entera.
Para mi fortuna, todavía tengo conocidas y conocidos a los que les gusta hacer cartitas. Mi mejor amiga me escribe siempre una en mi cumpleaños, otras con las que me escribo digitalmente me suelen dar textos a mano cuando vamos por café, mi pen-pal de más años de existencia me rayonea mis libretas cuando nos vemos y, también, recibo cartas de amor que me emocionan como adolescente.
A propósito de que una amiga me regaló un juego para sellar papel con cera (para que me sienta Papa en la Edad Media), compré por mi cuenta un set de sobres de colores que están perfectos para entregar misivas.
Te dejo el link de los sobres aquí. Con la nota al pie de que hoy, más que nunca, es bastante fácil encontrar artículos de papelería para dejarte con la boca abierta.
*Una rolita 🎵*
Foto de Pavan Trikutam
Tengo otra historia para esta canción.
¿En qué piensas cuando recuerdas a tu amor imposible? Ese al que ahora nos referimos como “crush”. Yo recuerdo la voz detrás de esta rolita.
Cuando estaba estudiando, había un tipo que me encantaba. Era muy guapo, era muy inteligente y era muy inalcanzable —al menos así me lo parecía—. No estaba en mis planes, pero con el tiempo desarrollamos una amistad en serio linda. Aprendí más con él de poesía en unas cuantas tardes que en todo un semestre dedicado a versos y rimas. Una noche, me invitó a su casa y no pude despegar la vista de su librero: Tenía mucha poesía y ediciones bonitas.
Nota al pie: ambos traíamos roto el corazón. Hablamos hasta muy entrada la madrugada. Fue una de esas noches en que mi teléfono no dejaba de sonar, con mi madre del otro lado de la línea, preguntándome dónde diablos estaba.
Viajando en un sillón, debí haberle dicho.
Estaba echada en el sofá, diciendo que un día estudiaría fuera, que tendría alguien que me quisiera y... oía, de fondo, a Bill Callahan.
Años después, escribí un cuento con un desenlace espantoso inspirado en este amor imposible mío. La última vez que hablé con él me dijo muchas cosas divertidas: que los Bills serían campeones, que visitaría Inglaterra con su madre, que deberíamos vernos y que me llevaría los versos que había escrito ese año —porque escribía condenadamente bien—. Le conté que yo había hecho un texto con un personaje inspirado en él y que, al final, moría. Él se carcajeó y me dijo que no le mandara el cuento digital, que lo quería leer impreso.
Mi relato fue profético. Nunca lo llegué a ver en Londres... porque falleció con sólo 31 años.
Hoy escucho esta canción de Bill Callahan y me acuerdo del tiempo en que comprendí que la poesía no es texto, sino vida.
*Una minificción 🖋️*
Foto de Andrew Dunstan
Querida M:
Quería empezar este texto preguntándote si estás bien. El problema es que no estoy seguro de que vayas a poder responderme. De cualquier forma, ¿estás bien, mi amor? Quiero pensar que sí. No te he visto aquí y eso debe ser buena señal.
¿Has visto cómo en las películas a la gente que encierran en la cárcel le dan el derecho a una llamada? Bueno, pues yo me he hecho con el derecho a mandarte una carta.
Este texto no es legal. Pensarías que aquí las cosas son siempre justas y siguiendo un orden, pero la verdad es que no. Tal vez es porque los habitantes de estas nubes se aburren y prefieren ponerle algo de sabor a sus días.
No quiero que lo último que recuerdes de mí sea el coche. O el tráiler. O ese sonido espantoso. O el dolor. Lo que quiero que lleves contigo es que tu papá te escribió una carta sobornando un ángel, sólo para poder estar más cerca de ti y despedirse.
Te voy a dar algunas ideas en las que puedes pensar: Me gustaría, mejor, que te acordaras de la vez que manejaste junto a mí después de tus clases. Me gustaría que te acordaras de la fiesta sorpresa que te organicé. Me gustaría, todavía mejor, que recordaras el último abrazo que nos dimos y la última vez que te dije “te quiero” en el teléfono.
También podrías acordarte de las primeras veces, pero estabas tan pequeña que seguramente esas imágenes no están en tu cabeza. Yo sí me acuerdo de cada una de ellas. Recuerdo la primera vez que te cargué y me sorprendió lo pequeña y frágil que eras (también me sorprendió mi habilidad natural para envolverte en brazos). También me acuerdo de la primera vez que dijiste “Papá” y salté emocionado, como si tuviera seis años. Me acuerdo de la primera vez en que me contaste que tenías novio y cómo me puse como loco por dentro. Te recuerdo en cada ocasión que me dijiste "hola, pa'", porque se sentía como la primera vez.
La vida es una colección de recuerdos que nos hacen tomar decisiones. Yo quiero que tomes siempre las mejores y, por eso, lo que más quiero que recuerdes es que aquí, desde el cielo, con un ángel mirándome impaciente, estoy escribiéndote una carta final. Sí, sé que nunca te escribí cartas (quizá este es un llamado para que tú que estás ahí abajo mandes más), pero afortunadamente hay papel y pluma. Recuerda que, pase lo que pase, te quiero. Por eso lo dejo en letras, porque estas palabras no se las lleva nadie.
No te desesperes si el ángel deja plumas. Dicen que se disfrazan de pajaritos cuando les da por bajar a la Tierra.
Con amor,
Papá.
*Una reflexión 💭*
Lo de la carta en la alacena era en serio
¿Cuándo fue la última vez que te dio emoción abrir un sobre? Ya sabes, uno que no contuviera recibos o deudas. ¿En el colegio? ¿Fue una carta de amor? ¿Fue una de algún familiar?
A mí me gusta creer que las cartas, por lo arcaicas que son, tienen una especie de aura de la persona que las escribe. Es lo más parecido que encuentro a magia en un texto. Hay menos espacio entre el narrador y lo que se escribe, es tan delgado, que a veces casi puedes tocar a una persona leyéndola. Otras, descubres la cara que te morías ver de alguien, porque en las letras somos nosotros, pero al mismo tiempo no lo somos.
Decidir mandar un correo semanal en vez de abrir un blog es intencional. Me parece que un texto dedicado puede tener más valor íntimo que párrafos sobre cualquier cosa.
Ojalá te animes a tomar un papel y, aunque sea con letra espantosa, aunque sea en papel reciclado, escribas lo que te salga del corazón para la persona que creas que lo necesita. O para alguien a quien quieras o admires...
Esta carta, pues, es para recordarte que en las letras también se vive. Y también se quiere.
P.D
Como Facebook prometió desde sus buenos tiempos, este newsletter SIEMPRE será gratis. Pero el trabajo creativo no deja de ser trabajo. Así que te dejo este link por si quieres invitarme un cafecito, con la promesa de un día tomárnoslo en la misma mesa, y animarme a seguir con este proyecto y extenderlo a otros lares.
¡Hasta el próximo pinche miércoles!
¿Es tu primera vez? Te dejo más cartas aquí.
Com amor, G.
Puedes ponerte en contacto conmigo por Instagram, Facebook, Goodreads, Twitter y LinkedIn.
Por favor, no olvides darme tus ideas y opiniones sobre esta carta respondiendo a este mail; también lo puedes reenviar.
¿Me ayudas? Dile a un amigo y a un enemigo que se suscriban aquí: https://tinyletter.com/Geeknifer