¿Cómo curar tristezas?
No todo lo que es oro reluce Ni toda la gente errante anda perdida
(Un poema que no aparece completo en las películas)
A diferencia de un “newsletter”, hecho y derecho (o hecha y derecha, porque en el mundo de la corrección gramatical debería ser la newsletter), estos textos tienen un cachito de mí cada semana. No suelo vender cosas por acá, a lo mucho promociono a gente que lo hace. Tampoco es una pieza meramente informativa, porque comparto algo de los debrayes que traigo en la cabeza. Esto es más carta que otra cosa. Si es tu primera, ¡te doy la bienvenida! Y si no: ¡qué gusto volvernos a leer!
En estas 66 entregas ha habido cartas en las que escribo, justamente, desde la mente. Pero creo que hay veces en que los textos son un buen catalizador para hablar desde el corazón.
Te cuento que, en estos días, me siento un tanto a la deriva. Es una sensación muy extraña porque tengo bendiciones por todos lados y en muchas áreas de mi vida siento que la rompo. Pero bueno, nadie tiene la obligación de estar bien todo el tiempo. Nietzsche, el filósofo alemán, decía que para llegar al paraíso, tenemos que atravesar pantanos (él lo escribió en más páginas y con un alemán mucho más rebuscado, pero en resumen es eso). Todos tenemos nuestros propios pantanos mentales que atravesar: es parte de crecer.
¿Qué te digo? Hay veces en que siento que no doy el ancho. Sobre todo el ancho escritural. Veo a otras tantas personas que logran cosas fabulosas y luego me miro en el espejo y digo: ¿en serio soy escritora? También es una realidad que la paciencia, lo mío-lo mío, pues no es. Alguien a quien quiero mucho me lo recordó esta semana y tiene razón: a veces una necesita ser comprensiva consigo misma.
En lo que pienso en esto, te cuento que no tengo un método infalible para curar las lágrimas, definitivamente no. Lo que sí tengo es una página en blanco que a veces es el receptáculo de mis tristezas. Y, a propósito de esto, quiero hablarte de maneras ingeniosas para interactuar con el papel, que es uno de los más grandiosos inventos de la humanidad.
*Una recomendación 💡*
No sabía si catalogar lo siguiente como producto o recomendación. Me terminé decantando por la segunda, en el entendido de que es un lugar con varios productos. Un lugar digital.
Cuando era puberta y vivía en provincia, uno de mis eternos dilemas era ver en internet un montón de productos relacionados con scrapbooking. Que básicamente es un estilo de manualidad basado en papel. Conseguir materiales de manera local era inimaginable. Al mismo tiempo, esto no estaba tan mal porque una se las tenía que ingeniar para hacer cartas divertidas con los materiales que se tenían a la mano (a una corta edad me di cuenta que la falta de recursos incentiva la imaginación).
Una de mis mejores amigas sigue atesorando las muchísimas cartas que le mandé, así como yo sigo guardando las suyas, que siempre estuvieron llenas de más objetos. Ella pegaba papeles sobre papeles, usaba plumas de colores, ponía fotos, escribía en tela, en fin...
Ahora, ya más grande, hay varios lugares donde conseguir stickers y productos hechos de papel que me encantan. Uno de esos rincones exquisitos del internet es "Historias y papel". Puedes ver sus productos y pedirlos por Instagram aquí. Lo cual es una bendición para mi agenda de niña enamorada de secundaria (salvo porque a veces tiene stickers de dinosaurios).
*Un libro 📖*
Si vas de regreso a tu niñez, ¿te gustaban los libros de actividades? A mí me encantaban. La idea de tener una manera de interactuar con el papel de manera distinta a la normal me causaba no sé qué. Y hasta la fecha lo hace.
Keri Smith es una artista canadiense que un día decidió ponerse a hacer libros interactivos. Su pieza más famosa se volvió “Destroza este diario”, que en cada página pide que hagas una locura para decorarla: mojarla, coserla, tirarle cosas pegajosas encima, entre otras cosas extrañas. Se me hace una excelente práctica para olvidarnos de la idea de que los libros tienen que estar inmaculados (yo nunca he podido rayonear mis libros con confianza, una fuerza inconsciente me lo impide, prefiero tener notas para hacer compendios de todos los volúmenes que pasan por mis manos). Peeero, si el mismo libro te pide que lo destruyas, todo se vuelve más fácil.
La cosa es que Keri Smith también es autora de otros libros como “Acaba este libro” (título original: “Ac ba e te l bro” y “El mundo imaginario de ____”. En mis ratos de ocio me pongo a hacer las actividades de ambos. El primero es una serie de actividades para descubrir una especie de misterio. El segundo es, de verdad, un pequeño volumen para ir construyendo un mundo imaginario. Siempre he pensado que ese mundo me servirá para construir más ficciones.
Ambos volúmenes me los chiquiteo, en parte porque necesito estar de ánimo creativo, y también porque fueron regalos de mi madre, así que hago todo lo posible por disfrutarlos.
*Un cuento 🖋️*
Hoy todo mundo elogia a Stan Lee, el gran creador de superhéroes. La verdad es que, hace años, Stan Lee era un desconocido, pero sus populares personajes eran odiados por Lalo García.
¿Quién podría odiar a los gloriosos hombres equis? Un superhéroe adolescente, claro está.
Los Hombres X volvieron a los superhéroes unos seres legendarios, con poderes cósmicos y vidas interesantes. Lalo sólo tenía 16 años y estaba harto de tener un superpoder diferente todos los días. Sobre todo porque provocaba discusiones de lo más estrafalarias.
—Hijo, ¡mira nada más lo que le hiciste a las plantas con la visión láser!
—Mamá, no es mi culpa. Ayer todavía podía volar y quería hacerlo desde el jardín.
—¿Para qué querías volar en el jardín, Lalo?
—No tengo nada mejor que hacer. —En realidad, Lalo quería espiar a la vecina, Adriana, cuyo cuarto daba justo al jardín de los García.
—¿Cómo de que no? ¿Y la tarea?
—Ay, mamá.
—Nada de ‘ay mamá’, deja de jugar con tus superpoderes y ponte a chambear, ándale.
Lalo no jugaba con sus superpoderes; en ese sentido, sí se parecía a los hombres equis: no tenía idea de cómo controlarlos bien. Además, siempre había nuevos superpoderes, algunos de los más inútiles: superlentitud, comunicarse con seres inanimados, transformarse en lámparas, en fin… Lalo se había acostumbrado a amanecer y hacer una prueba de superpoder de cara a su ventana, sólo para no quemar, derretir o manchar nada. Y aun así, si el superpoder era cambiar de tamaño, podía romper el techo de lo grande que era, o bien, aparecer muy pequeño justo frente a un gran depredador: como un escarabajo amenazante.
Su vida en otros aspectos tampoco era maravillosa. Tratar de conquistar a Adriana resultaba difícil. Iban a la misma escuela, pero sus superpoderes no ayudaban en nada. El día en que por fin tuvo telepatía, acabó defraudado: Adriana no pensó en él ni por un segundo en las 6 horas de clase.
Hubo un día en que la suerte le sonrió, a medias. Por azares del destino, el profesor de Química les pidió a ambos limpiar el laboratorio. Lalo no sabía cómo iniciar una conversación con la chica de cabello corto y lentes. Nadie se veía tan linda como ella en uniforme.
—¿Te gustan los peces?
—¿Qué?
—Nada, nada, es que yo… la pecera que ahí tenemos me gusta y quería saber si a ti te interesaban los peces.
—No, la pecera está asquerosa. —Eso era cierto. También era cierto que poder comandar a las fuerzas marinas era muy poco práctico en medio de la ciudad. Lalo ordenó a uno de los peces saltar fuera del agua.
—¡Guacala! Ya hasta saltan de lo desesperados que están, pobrecitos. — Las cosas no estaban saliendo como él esperaba.
—A lo mejor el pececito estaba haciendo un truco.
—Sólo me gustan los trucos de magia.
—¿De magia?
—Sí, de los magos. Bueno, de la gente que desaparece cosas.
Lalo sonrió. Iba a esperar su momento.
El día llegó. Despertó con el superpoder de mandar objetos a otra dimensión con sólo tocarlos. Tomó un mazo de cartas y las llevó hasta la escuela. A la hora del recreo, envalentonado pero con las manos sudadas, llegó con Adriana:
—¡Sé hacer magia! —Adriana estaba con unas amigas, que se rieron cínicamente. Ella fue más amable. Sonrió y dijo:
—A ver, enséñame el truco.
—Escoge una carta. La voy a hacer desaparecer. —Adriana tomó el mazo y sacó una carta. Era ocho de corazones. —Sosténla en alto. Voy a desaparecerla ante tus ojos con sólo el poder de mi mente, al tocarla. “¡Puff!”
La carta desapareció, y ante el horror de sus compañeras, Adriana también.
*Una reflexión 💭*
Ilustración basada en mí y mi escritorio (not)
En Instagram todos somos perfectos, en Facebook todos somos interesantes, en TikTok todos somos divertidos y en Twitter todos estamos enojados. A diferencia de las redes sociales, las cartas tienen el valor de ser textos más apegados a la realidad.
Cuando se escribe, más sobre papel, hay una parte real de nosotros que se deja en la tinta. Es más difícil esconder nuestros verdaderos sentimientos. Por eso me aviento a decir que esta semana, al cien, pues no he estado. Y de alguna manera exorcizar los sentimientos en letras se siente bien.
El arte es un poco para eso, ¿no? Hay gente que pinta, otros que tocan música, otros más que juegan videojuegos (no se trata de que todos seamos creadores, a veces los sentimientos los podemos mediar como espectadores).
Tenemos días malos. Dice un amigo que los miércoles son el peor día de la semana (en parte escogí este día de envío para demostrarle lo contrario). Pero sí, hay veces en que se vale decir “pinche miércoles”.
Si has tenido días no tan chiditos en este año, te mando un abrazo. Recuerda que siempre se vale tener otro día. Y que no porque estés un tanto errante, significa que no estés en el camino correcto. Ya se compondrá.
P.D
Como Facebook prometió desde sus buenos tiempos, este newsletter SIEMPRE será gratis. Pero el trabajo creativo no deja de ser trabajo. Así que te dejo este link por si quieres invitarme un cafecito, con la promesa de un día tomárnoslo en la misma mesa, y animarme a seguir con este proyecto y extenderlo a otros lares.
¡Hasta el próximo pinche miércoles!
¿Es tu primera vez? Te dejo más cartas aquí.
Con cariño libre de virus,
J. McNamara, aka Geeknifer.
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